En
cuanto se levanta el telón, la escenografía de Alejandro Andújar
nos indica que penetramos en territorio bobo
(en el sentido francés de bohemios burgueses). Y no tardaremos mucho
en descubrir que Julio es una especie de con
y un poco más tarde que Brian es un poquito cochon.
Y es que Los vecinos de arriba tiene mucho de teatro de bulevar, una
de esas comedias típicas con su puntito de transgresión que, si
entran bien, se puede convertir en un éxito duradero (y ahí tenemos
todavía El
nombre
para demostrarlo) y que en sus mejores momentos se acerca al nivel de
una Yasmina Reza. A tenor de lo que nos encontramos durante la
representación, con un público que llenaba el Teatro de La Latina y
que durante toda la función se mostró totalmente entusiasmado,
parece que Los
vecinos
va a conseguir su objetivo.
Nos
da la sensación de que si Cesc Gay ha convertido esta historia en
una obra de teatro y no en una película es porque conceptualmente se
ajusta a lo que tradicionalmente se entiende por teatral: unidad de
espacio, tiempo y acción. Y esto, que queda un poco antiguo, podría
parecer un contraste con la temática de la obra, sin pelos en la
lengua, como se diría también hace un tiempo. Pero la realidad es
que esta provocación ya no es tal: Los
vecinos
es una obra apta para cualquier tipo de público y sus momentos más
exaltados no van más allá del guiño cómplice. Y tampoco nos
parece mal: el resultado es divertido, confortable, una buena tarde
de teatro en la Latina, como toda la vida.
Esa
comodidad, sin duda apoyada por la reacción del público, hace que
los actores por momentos se deslicen demasiado al “tú ya me
entiendes”, jugando un poco para la galería. Xavi Mira interpreta
al ya institucionalizado personaje del cuñado buscando sin disimulo
el codazo de la identificación, y aunque abusa de ciertos tics, su
trabajo es realmente efectivo. A Candela Peña le basta pedir otra
copa de vino para ganarse el aplauso del respetable, y con este
viento a favor compone un personaje tipo Catherine Frot (aplatanado
con ganas de rebelarse) que se lleva todo el cariño del público.
Pilar Castro es una oportuna psicóloga capaz de resolver problemas
intrincados en una única sesión de terapia. Más contenida que sus
compañeros, es capaz sin embargo de mantener el ritmo. Andrew Tarbet
es el elemento explosivo, capaz de dinamitar el statu
quo
con su franqueza y su impulso.
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