En
realidad es mejor ni tan siquiera mirarlos. Porque lo habitual es que
los textos que los directores redactan para los programas de mano
sean torpes intentos propagandísticos, colecciones de tópicos o
desalentadores demostraciones de incapacidad. Vamos, lo mismo que las
críticas teatrales. Pero en el caso de caer en la tentación, lo
mejor es leerlos después de vista la función (no por temor a
destripes, sino a que te entren ganas de salir corriendo antes de
tiempo), que es precisamente lo que he
hecho hace un rato, antes de ponerme a escribir. Y me encuentro con
que Israel Elejalde dice ahí, con sus propias palabras, muchas cosas
de las que yo iba a decir aquí con las mías. Eso no se hace, señor
Elejalde, encima de grandísimo actor y ahora vemos que prometedor
director, resulta que también es un comentarista preciso. Quiere
todo para él.
Pues
sí, diré casi reducido a subrayar las palabras del director, Idiota
es una obra estupenda, en la que Jordi Casanovas se muestra sumamente
inteligente sin exhibirse. No solo los brillantes diálogos, sino la
férrea construcción, y la progresión exponencial son señales de
que el autor no se ha limitado a dejarse llevar por una buena idea,
sino que detrás hay un concepto muy claro. Porque en la primera
mitad el espectador (¡exigente!, diría uno de esos programas) se lo
está pasando bomba, pero le reconcome algo. «Esto
es muy divertido, pero ¿no hay nada más?»
Luego resulta que sí, y el espectador, que es muy impertinente,
dice: «ah,
vale, ya sé por dónde tiras. Pero no me vas a echar ahora el
sermón, ¿no?»
Por suerte, Casanovas se salta este impulso moralista que lastra a
la gran mayoría de los autores actuales (rectificamos: de los
adaptadores actuales) y mantiene el fondo del asunto donde debe
estar, en segundo plano. En este sentido, no deja de ser
significativo el contraste entre el tiempo dedicado a la resolución
de los enigmas intrascendentes (esos juegos mentales tan adictivos) y
el breve lapso que permite (tanto al protagonista como a los
espectadores) para resolver la clave cuestión moral que se plantea.
Si
gran parte de los adaptadores habrían caído en la explicitud, qué
decir de los directores, ansiosos por marcar su huella y dejar claro
al espectador de qué lado están (y de cuál deberían estar ellos).
Sin embargo, Elejalde, haciendo de la discreción virtud, se muestra
aquí tan comedido como lo ha estado a lo largo de toda la puesta en
escena. Se nota que ha tomado buena nota de los grandes directores
con los que ha trabajado, Rigola sin ir más lejos, e imprime a
Idiota,
un texto puramente teatral, de un empaque cinematográfico, con un
vivaz ritmo que nunca decae y un irreprochable gusto por el matiz y
la sutileza. El brutalismo de la escenografía de Eduardo Moreno y la
a la vez realista y expresionista iluminación de Juanjo Llorens
contribuyen aún más a dotar a la obra de una mezcla entre retrato
naturalista y experimento de ciencia ficción que tan a favor juegan
de la comprensión conjunta de una obra más compleja de lo que
podría parecer.
Cómo
no, otro de los puntos fuertes de la función está en sus
interpretes. Gonzalo de Castro podría haber caído fácilmente en lo
paródico, en un personaje hecho para la burla y para alimentar el
sentimiento de superioridad, tan gratificante. Pero, sin perder su
vis cómica, logra hacer a su personaje mucho más humano, más
cercano a nosotros, en sus miserias y sus dudas, en su incapacidad
para actuar incluso después de haber pasado por su particular
anagnórisis. El personaje interpretado por Elisabet Gelabert también
corría riesgo de convertirse en un arquetipo (es alemana, con eso
está todo dicho), pero si Castro es expansivo, Gelabert es
intrusiva, un ser maléfico que tiene en su aparente inanidad una
capacidad de destrucción masiva. He ahí otro mensaje subliminal que
nos deja esta magnífica obra. La temporada empieza a lo grande.
No hay comentarios:
Publicar un comentario