Para Vida en escena el gran enigma chino no tiene ningún misterio. La cultura y tradición árabe nos parece algo cotidiano. Ni tan siquiera las tribus perdidas del Amazonas nos suponen un gran problema de interpretación. Pero a los alemanes no los entendemos. Por eso este Demonios con puesta en escena de Thomas Ostermeier, aunque obra del sueco Lars Norén, nos desconcierta hasta dejarnos casi sin palabras.
Algo tan básico como el humor está en el centro de esta perplejidad. ¿Deberían hacernos gracia las barbaridades que se ven sobre las tablas? ¿Desconcertaran a los propios actores las risas que se escuchan en algunos de los momentos más salvajes? ¿Es esta ambigüedad realmente buscada? Lo cierto es que siempre nos pasa lo mismo con los alemanes. Es conocido que la definición de “humor alemán” es “humor sin gracia”, pero quizá todo se deba a un gran equívoco. Ellos se lo pueden pasar fenomenal, pero a nosotros nos espantan.
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Tras una breve introducción en la que se adivinan algunas imágenes de Le mépris (ciertos maliciosos podrían considerarlo lo mejor de la velada), la historia arranca y ya no habrá concesiones. Desde el principio vemos que la relación entre el matrimonio protagonista va a ser de una brutalidad sin matices. Enseguida vienen a la mente los nombres de Ibsen, Strindberg o Bergman, pero lo que en estos maestros era sutileza, profundidad psicológica y desgarro interior, en la obra de Norén, o al menos en la versión de Ostenmeier, se convierte en salvajismo, escenas desbocadas y perturbación. En ningún momento el espectador se siente cómodo, sino que la sensación predominante es la de repugnancia. Esto no tiene por qué ser malo, ya sabemos que las obras de arte también deben servir para remover conciencias, para replantearse lugares comunes, pero en nuestra opinión Demonios cae en una morbosidad que si no se situara en los terrenos de la alta cultura se calificaría de sensacionalismo barato.
Teníamos ganas, pero también reparos, por ver una puesta de Ostenmeier, uno de los chicos malos del teatro europeo. Visto Demonios, nos ha dejado un poco indiferentes. Nada que no hubiéramos visto ya de mano de algunos de sus admiradores autóctonos. El escenario giratorio y el uso del vídeo ya se han convertido en tópicos recurrentes. En cuanto a la dirección de actores, vemos a todos en un estado de crispación continua, con lo que cuando llegan los momentos climáticos, apenas se nota la diferencia.
Entre el público hubo algunas reacciones reseñables, como la del famoso director y actor español que no tuvo empacho en levantar a media fila a mitad de función para salir del teatro, o los numerosos espectadores que durante la ronda de aplausos saltaron por encima de las butacas delanteras para, suponemos, coger el tren a tiempo.
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