Lo
malo de que alguien esté de moda es lo difícil que se pone
conseguir entradas. Y lo peor de haber acumulado grandes expectativas
hacia una obra es que luego te encuentres con una decepción del
copón. Antes de escribir este comentario hemos vuelto a leer algunas
reseñas de Vereneantes que se publicaron en el momento de su
estreno e incluso hemos ojeados otras por primera vez, y nuestro
desconcierto se ha acrecentado: donde nosotros vimos una obra
autocomplaciente, tediosa, antipática y repleta de personajes que no
hay por donde coger, parece que la unión de críticos ha encontrado
la última maravilla del teatro universal. Y teniendo en cuenta el
perpetuado cartel de no hay entradas y la reacción del público en
la sesión a la que asistimos, parece que no están solos.
Hace
unos meses se estrenó la película Pequeñas mentiras sinimportancia, una gran éxito en Francia y con buena acogida en
general. Resulta que, además de tener un argumento y unos personajes
sorprendentemente parecidos a Veraneantes, e incluso un final
redundante casi clavado (y que quede claro que no hablamos de plagio
ni nada parecido, las secuencias temporales lo harían imposible
además de absurdo), nos pareció una de las películas más
repelentes y estomagantes del año, con unas criaturas a las que no
te gustaría acercarte ni para cruzar la acera.
¿Qué
nos pasa, entonces? ¿Será posible que no nos enteremos de nada y
que seamos incapaces de comprender lo que está delante de nuestros
ojos? ¿Se nos ha agriado el gusto y ahora no vemos una obra maestra
ni aunque nos salte encima? Ni idea, pero esto es lo que vimos.
La
función comienza... ¡con una canción! Vaya, vaya, qué sorpresa,
todos los actores cantando y bailando en el escenario, esto no lo
habíamos visto en los últimos tres días. Luego se moderan y ya
empiezan a hablar. Son muy educados y cultos, pero se ve que tiene un
doble fondo. Al final te digo yo que esto no va a ser tan bonito.
Mira, ya empiezan a criticarse a espaldas de los otros. Tenemos una
mujer (Bárbara Lennie) muy bella y muy ensimismada que sufre mucho:
una niñata malcriada (no lo decimos nosotros, eh, se lo dice otro
personaje, nosotros nos limitamos a asentir). El otro es su marido
(Israel Elejalde), un personaje sibilino, hipócrita, machista,
corrupto, trepa, despiadado. Ahora me dirás que es un político.
¿Cómo lo has adivinado? Es imposible, si no es para nada un
personaje estereotipado ni nada. Bueno, el político tiene un amigo
(Raúl Prieto) que es un constructor al que le importa poco que sus
obreros se mueran en la obra y que es un maltratador. No, pero los
trazos no son tan gruesos, que también tiene su corazón y ama a su
mujer (Elisabet Gelabert), y ella, aunque le ponga los cuernos,
también le quiere y al final se van juntos, eso es muy
impredicibilísimo.
Ella,
te acuerdas, tiene un hermano (Francesco Carril) que es un poco
alocado, es joven pero está de vuelta de todo, y es que ya sabes,
esta generación tan preparada y tan mimada, y bueno, es un
protoindignado que canta. Pero para que veas, nada de un discurso
echando la culpa a los padres, solo hay tres insinuaciones casi
sutiles. Luego está la amiga de juventud de la mujer (MiriamMontilla), que ahora es también su criada, que no se te escapen las
contradicciones del sistema, los ricos muy concienciados (sic), pero
luego usan a sus amigas como les convienen. Esta mujer dice algunas
verdades, pero a gritos. Además hay otra mujer, la hermana del
marido (Lidia Otón), que no te lo vas a creer, pero es un tópico
con patas, una espiritual que va de blanco y habla de yoga y es como
muy tonta. La que falta es la voz de la conciencia (Manuela Paso),
que martiriza a todos con sus sermones y su buena alma, pero a que no
te lo imaginas, resulta que también se vende por un plato de
lentejas. Por el lado masculino tenemos a un músico (CristóbalSuárez) que, maldita sea, también se corrompe por un poco de éxito,
si te digo la verdad no sé qué más hace en la obra. También sale
un escritor (Ernesto Arias) que... pues sí, ahora te lo veías
venir, vende su alma por un bestseller y luego ya no le apetece
escribir. Y para terminar, un exconstructor (Chema Muñoz) que parece
que se ha reformado de lo suyo. Si te digo la verdad, este es el
único personaje que soporté, al menos ya se había vendido antes.
En
realidad, incluso podríamos entender que una obra así pueda gustar.
La puesta y la escritura de Miguel del Arco son tan, cómo lo
diríamos, “compactos” (perdón por las comillas) como los
aspectos técnicos de la obra. Los actores, con la carga de sus
insoportables personajes a cuestas, excepto en un par de casos, están
a un gran nivel. Y se nos ocurren dos alternativas
psicointerpretativas: al público le encanta ver a este conjunto de
miserables porque piensa que, bueno, menos mal que yo no soy así; o
porque piensa, bueno, yo no soy el único así.
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