¿Cuántas
veces nos hemos visto en la disyuntiva de ir a ver la película china
ganadora del último León de Oro del Festival de Venecia o el
estreno de una americanada con toda la pinta de ser una tontería? En
principio, no debería haber dudas: seguro que nos lo pasamos mejor
con la segunda. Años de experiencia nos respaldan. Pero luego vienen
los remordimientos: seguramente la china sea mucho mejor para nuestra
alma. Al final, la mejor solución suele ser: mira, elige tú.
En
realidad, claro, la situación suele ser más compleja. A veces hasta
los festivales más prestigiosos pueden acertar. Y por otra parte,
después de muchos años de experiencia, nos hemos cansado de los
productos cada vez más repetitivos de Hollywood. Y si nos ponemos
maximalistas, nos encontramos con que ni las propuestas más
ambiciosas ni las más facilonas nos satisfacen. Así que lo mejor
será ir al teatro. Aunque...
Todo
esto surge directamente de Product, el nuevo regalo de JulioManrique. Varias direcciones: primero, porque nos lo pasamos
fenomenal, y quizá debamos sentirnos un poco culpables por ello y no
ser tan inconscientes como para reírnos con temas como el terrorismo
y otros igualmente solemnes (además, somos reincidentes: hace poco
hemos disfrutado desconsideradamente de la genial Four Lions).
También es digno de reproche aplaudir una propuesta tan simple, un
cuasimonólogo de estructura sencilla y entendible por todo tipo de
público (menos por los sordos, que también van al teatro provocando
situaciones como la que vivimos, en la que un acompañante -guía
tenía que repetir “Osama, Osama! OSAMA!” cuando aparecía Bin
Laden en escena). Y por último, porque la obra da pie a reflexiones
sobre ese mismo producto descerebrado, sobre la superficialidad de
esos productos de Hollywood que nos lavan el cerebro y nos cuelan
historias absurdas como si fueran conmovedoras obras maestras de la
épica contemporánea. Pero, lo reconocemos, a esto último no le
prestamos mucha atención.
Nos
fijamos más, por ejemplo, en el extraordinario David Selvas. No solo
hizo frente a incursiones como la de Osama con una paciencia sin duda
digna de admirar (además, en un espacio tan pequeño e íntimo que
invita a tomarse familiaridades con el público), sino que desarrolla
su cuasimonólogo con una intensidad medida en cada frase que supone
un esfuerzo de concentración y creatividad digno de elogio. Es un
personaje absurdo y quizá un poco loco, pero Selvas lo defiende con
todo el orgullo y la pasión que demanda.
Los
otros personajes parecen auxiliares, pero también son claves. SandraMonclús, la actriz en horas bajas, tiene que defenderse casi
exclusivamente a base de gestualidad (contenida) de los ataques de
Selvas. Y consigue que el espectador en todo momento sea consciente
de la dura prueba por la que está pasando sin ser descaradamente
explícita. Por su parte, Norbert Martínez se hace con el personaje
del ayudante de Selvas a través de una actividad constante y una
capacidad para hacerse simpático pese a sus continuas meteduras de
pata. Como en toda gran comedia que pretende ir más allá de la
caricatura, la gracia no consiste en reírse de unos patéticos
personajes, sino en llegar a comprenderlos en su abismal estupidez.
Julio
Manrique, como ya vimos en AmericanBuffalo,
demuestra que es un director capaz de sacar el máximo provecho de
las condiciones más austeras. Parece imposible exprimir más (en el
buen sentido) un texto y a unos actores de lo que él hace. También
de American
Buffalo
repite Lluc Castells, quien vuelve a bordar una escenografía exacta
y dispuesta para dar todo el juego posible. No nos sorprenden las
buenas noticias que nos llegan desde el Teatro Romea, y pese al
descorazonador aspecto de las gradas de la sala pequeña del María
Guerrero el día en que asistimos al espectáculo, esperamos poder
volver a ver con asiduidad a Manrique y compañía por Madrid.
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