viernes, 24 de febrero de 2012

Doctor Faustus (Teatros del Canal)


Las infinitas posibilidades de Doctor Faustus la convierten es una obra de doble filo. Como las obras de Shakespeare, pero con la ventaja de estar mucho menos representada, ofrece un campo abierto para numerosas interpretaciones y es un medio ideal para las puestas en escena novedosas e inventivas. Por otro lado, también como con Shakespeare, se trata de un texto tan perfecto que en realidad no necesitaría muchos aditamentos, y cuando los adaptadores deciden arriesgarse lo más seguro es que se equivoquen y que además defrauden a une espectadores con ganas de ver una buena representación de una obra que se merece los más altos honores. La propuesta de Rakatá, lo lamentamos, no logra superar la prueba.

Al principio parece que las decisiones van por el camino acertado. Aunque no supiéramos que la dirección está a cargo de Simon Breden, se nota un toque británico en el ritmo de las intervenciones y en la sucesión de escenas. Pero, alas, era un espejismo. El primer bajón llega con Óscar Sánchez Zafra, a quien le falta presencia, le falta voz, le falta convicción. Faustus es un personaje complejo, atractivo y repulsivo, lleno de contradicciones, que evoluciona permanentemente y al que es difícil encasillar. Sin embargo, la interpretación de Sánchez Zafra es plana, unidimensional, sin que en ningún momento sea capaz de transmitir toda la fuerza que debería irradiar su personaje. Solo al final, con el anciano Faustus, logra algo más de sustancia (aunque, y aquí la culpa también es en parte de la acústica, haya que hacer un esfuerzo para entenderle bien).

Aparte de esta debilidad, hay dos grandes problemas en esta versión de Doctor Faustus. La primera es que Breden abusa del teatro de efectos. Aunque tendemos a la sobriedad, no vemos del todo mal que se recurra a trucos para hacer la puesta en escena más viva. El problema es cuando estos trucos fallan uno tras otro. Pocos de ellos tienen gracia (el mejor acogido por el público fue la presentación de la Envidia como española de origen), y casi ninguno aporta algo a la obra. A veces da la sensación de que simplemente están ahí para hacer notar que detrás hay alguien que ha estado trabajando en la dirección. Para nosotros Marlowe no necesita estas atenciones: texto, texto y texto, como diría el otro.

El segundo problema es el ritmo de las interpretaciones. Como decíamos, la fluidez entre escenas está bien conseguida, y sin embargo la obra no acaba de alcanzar un tempo satisfactorio. El fallo está en que los actores parecen no ser capaces de entonar sus diálogos con la suficiente confianza, van a tirones, sin que haya una buena interrelación, cada uno a lo suyo. Más allá de la calidad de los intérpretes, parece que hubiera sido necesario un mayor trabajo de equipo. Entre el reparto, destaca Alejandro Saá como criado de Faustus, que conoce el terreno que pisa, y Jesús Teyssiere, el más agradecido por el público en sus intervenciones cómicas.

También hay dos cosas que nos llamaron la atención. Lo que seguimos sin explicarnos es por qué en una función de dos horas de duración hay un intermedio de quince minutos. La segunda parte apenas dura 40 minutos y no hay cambios de decorado ni nada que lo justifique. Otra cosa que no se suele ver es que en los aplausos finales salgan desde el regidor hasta todo el equipo técnico. Nada que objetar, pero nos da pie a comentar que no sabemos por qué en el programa hay un adaptador (David de Sola), dos versionadores (Rodrigo Arribas y Simon Breden) y un editor de texto (de nuevo Breden); que la escenografía de Dick Bird, además de llamativa, facilita los continuos juegos escénicos; y que el vestuario de Susana Moreno y la iluminación de Chahine Yavroyan, sin ser demasiado originales o ingeniosos, muestran una corrección que hubiera sido de agradecer en otros componentes de la puesta en escena. 

2 comentarios:

  1. Me temo que no estoy de acuerdo con esta crítica porque le falta muchísimo rigor y le sobra demasiada opinión. Entiendo que el teatro es subjetivo y a cada uno le dice una cosa, y a mi esta versión de Fausto me invitó a pensar en el tema al tiempo que me deleitó como espectadora. La sobriedad la dejo para los cementerios y los textos para las bibliotecas. Todos podemos ser muy listos detrás de un ordenador con la confianza que nos da el anonimato, pero la valentía se demuestra en los riesgos que se toman de cara al público solamente. Riesgos diseñados a empujar los lmites del teatro. Yo busco en el teatro ese riesgo y frescura ante todo, lo demas se queda en pieza de museo. Esta es mi contestación como espectadora para equilibrar la balanza, pero desde luego nunca se me ocurriría sentar catedra con ella.

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  2. Lo sentimos, pero vamos a tener que seguir dando opinión: en primer lugar, porque este blog trata precisamente de eso, de decir lo que nos transmite el teatro, aunque procuramos hacerlo sin faltar al rigor (te agradeceríamos que nos dijeras dónde has detectado este fallo para poder corregirlo). Es obvio que cada uno siente el teatro de manera diferente, y por eso nos parecería absurdo tener que decir que esto es lo que nos parece a nosotros, y que no tiene que ser compartido por todo el mundo, es algo que suponemos que va implícito a la hora de emitir valoraciones críticas. No vamos a cuestionar tus apreciaciones, pero sinceramente, tu reparos hacia la sobriedad y el valor del texto parecen bastante forzados ¿no es así? Y bueno, sobre el anonimato, viniendo de alguien anónimo, casi da reparo contestar, pero no creo que aquí se trate de valentía (¿represalias por manifestar una opinión?), ni de ocultar identidades. Está muy bien lo de buscar el riesgo y nosotros también lo apreciamos, pero no nos parece que sea el caso de esta puesta en escena, bastante cómoda en viejos mecanismos que hacen pasar por invención lo que es cliché. Y bienvenidos sean todos los comentarios, incluso los que contradigan nuestras opiniones (eso sí, con respeto).

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