Don Álvaro o la fuerza del sino es un perfecto ejemplo de a lo que
se refería Stendhal cuando hablaba de la tragedia romántica. De la
mala tragedia romántica, claro está. Situar la acción en el
pasado, dibujar unos personajes apasionados y contravenir las normas
del teatro clásico no avala para realizar una obra romántica si, en
el fondo, todo esto se convierte en un cliché que pronto estará tan
manido como el modelo al que supuestamente se enfrenta.
Sin
embargo, la obra del Duque de Rivas no es tan insalvable como podría
parecer. Cierto que ha quedado muy desfasada, que sus versos caen
demasiado a menudo en el ripio, que el argumento es por momentos
disparatado en su apasionamiento y que después de La venganza de Don Mendo sería difícil tomarse una obra así en serio, pero
creemos que merecería la pena.
Muchas
obras del Siglo de Oro, hoy universalmente veneradas y todavía muy
presentes en la cartelera, tienen un argumento que iguala o supera el
disparate de Don Álvaro y a nadie parece importarle. Cierto,
no son lo mismo los versos de Lope que los de Saavedra, pero para eso
tenemos la puesta en escena moderna, ¿no? Una de las cosas que llama
la atención en la lectura de la obra es la continua transición
entre prosa y verso: cuando los personajes comienzan a ripear es como
cuando en los musicales todo el mundo se pone a cantar. No sería
difícil imaginar una actualización en la que se mantuviera más o
menos intacta la parte costumbrista en prosa y, mediante algún
brillante giro metateatral, se convirtiera la parte versificada en
alguna broma posmoderna.
Después
de sugerir la comparación con los musicales, y teniendo en cuenta
que el mayor éxito de Don Álvaro ha sido sin duda la versión
operística de Verdi, se nos ha pasado por la cabeza la posibilidad
de que alguien tenga la audaz idea de convertir este "clásico" del "romanticismo" español en el próximo éxito de la Gran Vía. Tendría
el fin que se merece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario