viernes, 23 de marzo de 2012

¡Qué desastre de función! (Teatros del Canal)


El título obvio para esta crónica sería ¡Qué gloria de función!, pero quizá iba a quedar demasiado promocional, como esa hipérbole que han usado en la publicidad de la obra de Michael Frayn, sosteniendo que se trata de “probablemente la mejor comedia del mundo”, frase que en cualquier caso, en el entusiasmo inmediato que sigue a la finalización del espectáculo, muchos espectadores estarían dispuestos a corroborar.

Durante la representación temimos que los ataques de hilaridad que llegaban desde la platea y el anfiteatro devinieran en un desquiciamiento colectivo que convirtiera el barullo de la escena en una broma comparado con lo que podía montarse. Esto sigue pareciendo exagerado, pero es que la reacción del público fue así: un continuo carcajeo de los que hacen que los actores tengan que detenerse cada dos por tres para que se les pueda entender. Seres circunspectos se tomarán todo esto como un agravio, una obra de teatro popular y divertidísima, una vulgaridad, sin lugar a dudas. Pero el público, sin intelectualizaciones, pensará: que me quiten lo bailao.

Suponemos que para Alexander Herold, que lleva casi 30 años montando ¡Qué desastre de función!, esta obra es una especie de seguro de vida. Pero en lugar de mecanizar la narración, la trama sigue funcionando a la perfección. Tanto las réplicas oportunas como el juego corporal se desarrollan con una fluidez exquisita. Si es de admirar el trabajo de los actores para seguir un complicadísimo argumento, no lo es menos el que la complicada coreografía de entradas, salidas, caídas y utilización del atrezzo se manejen con una precisión extraordinaria. A veces el resultado de los vaivenes es tan natural que parece imposible que sea ensayado.

Paco Mir, que sigue dando lo mejor de sí mismo, aporta en la adaptación un sentido de continuidad que consigue que la obra no decaiga en ningún momento, algo dificilísimo teniendo en cuenta que abundan los clímax cómicos en los que es difícil superarse. Todos los actores se mueven con un ritmo cómico propio y a la vez bien conjuntado, pero destacan Miquel Sitjar, nunca quieto, variable en su tono e incluso aceptable en los momentos más exagerados, y Mònica Pérez, como la mala actriz impasible, a la que da la sensación que el público hubiera sacado en hombros con mucho gusto.

En sus diferentes versiones, da la sensación de que Noises off está en cartel muy a menudo, pero aún así es una pena que este montaje solo esté dos semanas en Madrid, cuando es seguro que aguantaría con llenos durante por lo menos un año, y no estaría mal que contagiara su felicidad lo más generosamente posible.

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