En
una escena de Candide los protagonistas emprenden un viaje en
barco que les llevará a Portugal como escala en su cuasi vuelta al
mundo. Para representar el barco son suficientes un par de escaleras
de mano puestas en diagonal. Quizá esta sea la esencia de un montaje
que irremediablemente recuerda a Los sobrinos del capitan Grant,
pero que demuestra que sin necesidad de grandes escenografías (aquí
sustituidas por el ingenio a granel de Rafael Garrigós) también se
pueden conseguir grandes montajes.
A
menudo deploramos la costumbre de muchos directores de usar gracietas
(ellos lo llamarían recursos) para llamar la atención. En el caso
de Paco Mir estos trucos siempre tienen una función, un sentido y,
dado su sorprendente número de aciertos, una efectividad
instantánea. A menudo son bromas visuales que hacen de la necesidad
virtud (los miembros del coro usados como atrezzo), otras referencias
actuales (las celebradas bolsas del carrefour), siempre un punto de
picardía (los actores en perpetuo estado de excitación). En lo
global, y es lo más importante, un sentimiento de ligereza como el
de los mejores musicales, que sabe transmitir al espectador y que
provoca una sintonía perfecta.
Aunque
no conocemos la obra original de Bernstein y Wheeler, es obvio que Mir, en su papel de
adaptador, se ha tomado todas las libertades que ha estimado
oportuno. Y como tampoco somos fundamentalistas de la fidelidad, es
una propuesta como este Candide nos parece que ha acertado de
pleno. Sus juegos escénicos son ágiles, el desarrollo de la
historia imparable, y las letras de las canciones de una gracia
genuina.
Otro
gran valor del espectáculo está en su reparto. Antoni Comas vuelve
a demostrar en los teatros del Canal que es un cantante que puede con
lo que le echen; María Rey-Joly se lleva la mayor ovación con su
escena de París y combina sus extraordinarias dotes como cantante
con su solvencia interpretativa; Jesús Castejón hace de un maestro
de ceremonias siempre ingenioso e impertinente; Eva Diego se mueve
con una soltura envidiable y camela al público cuándo y cómo
quiere; Juan M. Cifuentes, que se ganó la aclamación más sonora en
los saludos, tiene una voz tan contundente como su presencia; Axier
Sánchez, Anna Matteo tienen unos papeles menores, pero llevan sus
papeles con encanto y se hacen notar, mientras que Xavier Ribera-Vall
y César San Martín completan el elenco haciendo lo que haga falta y
haciéndolo bien.
¡Y
qué estupenda está la Joven Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid! Con la dirección de Manuel Cove, la orquesta entra como un
torrente desde la excelente obertura y durante toda la representación
mantiene un entusiasmo irreprochable. En cuanto al coro, que tiene
que multiplicar sus funciones, actúa con la máxima profesionalidad
y parece divertirse tanto como el público.
Es
una lástima que una obra como este Candide solo se mantenga
en cartel durante cuatro sesiones, porque es un éxito seguro. Aunque
esperemos que, al igual que pasa con Los sobrinos, su
reposición se convierta en una tradición y pueda verla el mayor
número de público posible.
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