lunes, 12 de marzo de 2012

Candide (Teatros del Canal)


En una escena de Candide los protagonistas emprenden un viaje en barco que les llevará a Portugal como escala en su cuasi vuelta al mundo. Para representar el barco son suficientes un par de escaleras de mano puestas en diagonal. Quizá esta sea la esencia de un montaje que irremediablemente recuerda a Los sobrinos del capitan Grant, pero que demuestra que sin necesidad de grandes escenografías (aquí sustituidas por el ingenio a granel de Rafael Garrigós) también se pueden conseguir grandes montajes.

A menudo deploramos la costumbre de muchos directores de usar gracietas (ellos lo llamarían recursos) para llamar la atención. En el caso de Paco Mir estos trucos siempre tienen una función, un sentido y, dado su sorprendente número de aciertos, una efectividad instantánea. A menudo son bromas visuales que hacen de la necesidad virtud (los miembros del coro usados como atrezzo), otras referencias actuales (las celebradas bolsas del carrefour), siempre un punto de picardía (los actores en perpetuo estado de excitación). En lo global, y es lo más importante, un sentimiento de ligereza como el de los mejores musicales, que sabe transmitir al espectador y que provoca una sintonía perfecta.

Aunque no conocemos la obra original de Bernstein y Wheeler, es obvio que Mir, en su papel de adaptador, se ha tomado todas las libertades que ha estimado oportuno. Y como tampoco somos fundamentalistas de la fidelidad, es una propuesta como este Candide nos parece que ha acertado de pleno. Sus juegos escénicos son ágiles, el desarrollo de la historia imparable, y las letras de las canciones de una gracia genuina.

Otro gran valor del espectáculo está en su reparto. Antoni Comas vuelve a demostrar en los teatros del Canal que es un cantante que puede con lo que le echen; María Rey-Joly se lleva la mayor ovación con su escena de París y combina sus extraordinarias dotes como cantante con su solvencia interpretativa; Jesús Castejón hace de un maestro de ceremonias siempre ingenioso e impertinente; Eva Diego se mueve con una soltura envidiable y camela al público cuándo y cómo quiere; Juan M. Cifuentes, que se ganó la aclamación más sonora en los saludos, tiene una voz tan contundente como su presencia; Axier Sánchez, Anna Matteo tienen unos papeles menores, pero llevan sus papeles con encanto y se hacen notar, mientras que Xavier Ribera-Vall y César San Martín completan el elenco haciendo lo que haga falta y haciéndolo bien.

¡Y qué estupenda está la Joven Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid! Con la dirección de Manuel Cove, la orquesta entra como un torrente desde la excelente obertura y durante toda la representación mantiene un entusiasmo irreprochable. En cuanto al coro, que tiene que multiplicar sus funciones, actúa con la máxima profesionalidad y parece divertirse tanto como el público.

Es una lástima que una obra como este Candide solo se mantenga en cartel durante cuatro sesiones, porque es un éxito seguro. Aunque esperemos que, al igual que pasa con Los sobrinos, su reposición se convierta en una tradición y pueda verla el mayor número de público posible. 

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