Después
de nuestro reciente mal viaje belga, teníamos nuestras reticencia
antes de emprender este camino solitario. Por eso, contra nuestra
costumbre, hicimos un tanteo previo para recavar otras opiniones
sobre el montaje, y aunque todo lo que encontramos hablaba maravillas
del espectáculo, seguíamos sin sentirnos seguros. Sabemos bien que
no hay que fiarse nunca de los críticos (¡encima franceses!), y por
desgracia no encontramos comentarios de espectadores de a platea.
Al
entrar en la sala, los ánimos seguían sin tranquilizarse. Los cinco
actores de tg STAN estaban ya en el escenario, costumbre que ya
alguna vez hemos puesto en cuestión. Además, las tablas estaban
repletas de diverso menaje, lo que le daba cierto aire de instalación
de arte contemporáneo (esto lo leímos en una de las reseñas
consultadas: otro de los motivos por los que no nos gusta leer mucho
sobre un espectáculo antes de verlo, nos puede guiar demasiado).
Llega
la primera escena, y tardamos un poco en colocarnos. La luz de Thomas Walgrave es difusa y desconcertante, no ilumina bien y tampoco
sabemos a qué viene ese tono anaranjado tan poco favorecedor (más
tarde se comprenderán los matices y juegos de esta composición).
Pero es que además los actores se van alternando la representación
de los papeles. Esto es lo más curioso de la representación y
además de indudable interés. Estamos acostumbrados a que el mismo
actor interprete varios papeles, pero no es tan habitual que un mismo
personaje sea encarnado por hasta tres actores. Además, no hay
intención de continuidad o imitación: cada uno se lleva el papel a
su estilo, lo que permite múltiples lecturas.
No
negaremos que al principio es algo confuso y que cuesta hacerse con
el ritmo. Parece que a los de tg STAN les pasa lo mismo y la primera
escena no acaba de fluir, parece una tentativa. Cuando acaba, hay una
larga (e injustificada) pausa en la que se producen las tres primeras
deserciones. Toda la representación será un goteo de abandonos de
público que no podrá parar ni una de las actrices despidiendo a uno
de los espectadores que se marcha con un “buenas noches, hasta
luego”. A menudo no hemos comprendido reacciones de entusiasmo ante
funciones que a nosotros nos parecen aburridas o hinchadas, pero esta
vez lo que no comprendemos es tan poca paciencia. De acuerdo, El
camino solitario
no es El maestro y Margarita,
pero tampoco El
alma de las termitas.
Con
la obra ya carburando, llega una escena eléctrica, la conversación
entre la antigua gran actriz venida a menos y su antiguo amante
pintor. Aquí Jolente De Keersmaeker, sin compartir el gran momento,
llena de desgarro los diálogos de Schnitzler y agarra al espectador
(por lo menos a nosotros, otros siguieron abandonando la sala
haciendo ruido). Por cierto, que el francés de los intérpretes nos
pareció irregular y los sobretitulos a veces no eran capaces de
seguir el ritmo de los actores, pero esto también tiene su encanto.
Quizá
lo peor del montaje son las tonterías que hacen los actores cuando
no están representando sus papeles. Una se mete en un cubo de
basura, otro introduce su cabeza en una trituradora, ponen posturas
raras. Al parecer se trata de una composición de Erwin Wurm, pero no
le vemos el sentido ni la gracia, aunque tampoco es difícil no
hacerles caso, lo que está pasando en escena tiene carne de sobra.
En
el tercio final es cuando más clara se hace la habilidad de
Schnitzler para construir entramados dramáticos que van más allá
del predecible folletín para construir verdaderos dramas.
Seguramente lo más recordado del autor austriaco sea su
reconstrucción literaria de la Viena de principios del siglo XX y su
habilidad para el retrato psicológico, caminos que recorrió Luc Bondy aquí mismo hace un par de años. No creemos que sea casualidad
que tg STAN haya prescindido de ambos comodines y ofrezcan un espacio
limpio de nostalgia y una huida de cualquier intento de
interpretación del alma humana. Que esta compañía, sin director de
escena ni adaptador, se centre en la palabra y la interpretación se
merece todo nuestro respeto, y si no hubieran caído en la tentación
del colorido en el segundo plano, estamos seguros de que su propuesta
hubiera tenido todavía más pegada.
El
camino solitario
es la obra de un austriaco montada por una compañía belga flamenca
que actúa en francés y que ha sido representada en Madrid.
Esperemos que en el futuro el Festival de Otoño pueda seguir
trayendo a la ciudad ejemplos como este del actual teatro europeo.
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