lunes, 21 de octubre de 2013

Julia (Teatro Valle-Inclán)

Quizá nuestro rechazo a buena parte del teatro contemporáneo se deba a una diferencia en la escala de valores. Nosotros, con Yeats, ponemos en primer lugar el texto. Junto a él, a los actores. Y solo en un tercer plano, al director de escena. Sin embargo, muchos “creadores” se empañan en ocupar el centro de la escena. En lugar de centrarse en sacar el mejor partido al material con el que cuentan, se empeñan en emborronar todo lo que no sea su labor estética. Y no se arredran ante textos magistrales; no, más bien se envalentonan. Pero si ponen un enorme foco a toda potencia dirigidos hacia su figura, lo normal es que salten los plomos.

Christiane Jatahy decidió en algún momento que quería lleva a escena el canónico texto de August Strindberg La señorita Julia. También opto por contar con actores capacitados. Pero lo que no quiso fue adaptarse al texto, sino que el texto se adaptara a ella. La señorita Julia es un drama clásico, que ha dado para cientos de adaptaciones sin que se agotara su capacidad de emocionar y hacer reflexionar. Pero Jatahy no estaba satisfecha, había que darle un nuevo giro. Y si Strindberg era arrollado por el camino, no es su problema. Es teatro contemporáneo.

No defendemos la postura anquilosada y reverenciadora (no hace mucho también poníamos en duda esta actitud al hablar de El duelo), pero si lo que vas a hacer no tiene nada que ver con la obra original, ¿para qué mantener una referencia al título y presentar la obra como una adaptación? Dürrenmatt fue más honrado y cuando se aproximo a Strindberg desde una perspectiva totalmente personal, escribrió Play Strindberg, Pero es que Dürrenmatt tenía talento. Así que lo que hace Jatahy no es una profanación, pues esto, si tiene valor, lo saludaríamos como una apuesta audaz. Lo que hace Jatahy es timar al espectador, y como timo deberían estar tipificadas en el código civil estas puestas en escena fraudulentas.

Lo peor es que, aunque nos olvidáramos de Strindberg, no encontraríamos en esta obra titulada Julia nada de valor. El uso de grabaciones es siempre muy peligroso y debe tomarse con precaución; convertirlo en el eje narrativo de la representación teatral es contraproducente. Por instinto, el espectador mira más a la pantalla que al escenario, y el juego que se plantea (representación y todas esas cosas) no da para tanta aparatosidad, es frustrante y alejado del hecho teatral. Además, por ponernos bravos, para ver una película vamos al cine. Pero es que para ver una película tan mal rodada como lo que se ve en Julia, ni eso.

Otra cosa que no dejará de sorprendernos es cómo hasta las muestras más desfasadas de modernidad en la puesta en escena siguen siendo acogidas con benevolencia, casi diríamos que con algarabía. Eso de romper la cuarta pared ya nos parece algo casi del pleistoceno. Se puede hacer con total normalidad, como quien hace un aparte. Pero que se acoja como muestra de valentía o ruptura de convenciones es llamativo. Por cierto, que lo del actor saliendo a la calle es "como de la temporada pasada”.

Cuando se habla de la buena labor de los actores, nos parece que quizá se está teniendo más en cuenta otros aspectos que se apartan de la interpretación, porque los pobres Julia Bernat y Rodrigo dos Santos ya tienen suficiente con acordarse de las marcas (por no hablar de la actriz que sale en el vídeo, que debía pasar por allí y a la que da pena ver). Sin ir más lejos, la escena de sexo es de lo más ridículo que hemos visto en mucho tiempo. Y sin embargo, el público no se rió, así que debía de ir en serio.


A lo mejor nosotros a veces también nos dejamos llevar por los prejuicios, porque lo que en el fondo vimos en esta cosa a partir de Strindberg fue la transformación de un drama intenso y de ilimitadas interpretaciones en un culebrón de niña tonta y criado trepa. Un muestrario de tópicos modernos que interpelan al espectador directamente a falta de facultades para hacerlo de manera sutil. Un escaparate para el director estrella que se ampara en bazas seguras para disfrazar de arrojo lo que no es otra cosa que cartas marcadas. 

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