Quizá
nuestro rechazo a buena parte del teatro contemporáneo se deba a una
diferencia en la escala de valores. Nosotros, con Yeats, ponemos en
primer lugar el texto. Junto a él, a los actores. Y solo en un
tercer plano, al director de escena. Sin embargo, muchos “creadores”
se empañan en ocupar el centro de la escena. En lugar de centrarse en sacar el mejor partido al material con el que cuentan, se empeñan en emborronar todo lo que no sea su labor estética. Y no se arredran ante
textos magistrales; no, más bien se envalentonan. Pero si ponen un
enorme foco a toda potencia dirigidos hacia su figura, lo normal es
que salten los plomos.
Christiane Jatahy decidió en algún momento que quería lleva a escena el
canónico texto de August Strindberg La señorita Julia. También
opto por contar con actores capacitados. Pero lo que no quiso fue
adaptarse al texto, sino que el texto se adaptara a ella. La señorita Julia es un drama
clásico, que ha dado para cientos de adaptaciones sin que se agotara
su capacidad de emocionar y hacer reflexionar. Pero Jatahy no estaba
satisfecha, había que darle un nuevo giro. Y si Strindberg era
arrollado por el camino, no es su problema. Es teatro contemporáneo.
No
defendemos la postura anquilosada y reverenciadora (no hace mucho
también poníamos en duda esta actitud al hablar de El duelo), pero
si lo que vas a hacer no tiene nada que ver con la obra original,
¿para qué mantener una referencia al título y presentar la obra
como una adaptación? Dürrenmatt fue más honrado y cuando se
aproximo a Strindberg desde una perspectiva totalmente personal,
escribrió Play Strindberg, Pero es que Dürrenmatt tenía talento.
Así que lo que hace Jatahy no es una profanación, pues esto, si
tiene valor, lo saludaríamos como una apuesta audaz. Lo que hace
Jatahy es timar al espectador, y como timo deberían estar
tipificadas en el código civil estas puestas en escena fraudulentas.
Lo
peor es que, aunque nos olvidáramos de Strindberg, no encontraríamos
en esta obra titulada Julia nada de valor. El uso de grabaciones es
siempre muy peligroso y debe tomarse con precaución; convertirlo en
el eje narrativo de la representación teatral es contraproducente.
Por instinto, el espectador mira más a la pantalla que al escenario,
y el juego que se plantea (representación y todas esas cosas) no da
para tanta aparatosidad, es frustrante y alejado del hecho teatral.
Además, por ponernos bravos, para ver una película vamos al cine.
Pero es que para ver una película tan mal rodada como lo que se ve
en Julia, ni eso.
Otra
cosa que no dejará de sorprendernos es cómo hasta las muestras más
desfasadas de modernidad en la puesta en escena siguen siendo
acogidas con benevolencia, casi diríamos que con algarabía. Eso de
romper la cuarta pared ya nos parece algo casi del pleistoceno. Se
puede hacer con total normalidad, como quien hace un aparte. Pero que
se acoja como muestra de valentía o ruptura de convenciones es
llamativo. Por cierto, que lo del actor saliendo a la calle es "como
de la temporada pasada”.
Cuando
se habla de la buena labor de los actores, nos parece que quizá se
está teniendo más en cuenta otros aspectos que se apartan de la
interpretación, porque los pobres Julia Bernat y Rodrigo dos Santos
ya tienen suficiente con acordarse de las marcas (por no hablar de la
actriz que sale en el vídeo, que debía pasar por allí y a la que
da pena ver). Sin ir más lejos, la escena de sexo es de lo más
ridículo que hemos visto en mucho tiempo. Y sin embargo, el público
no se rió, así que debía de ir en serio.
A
lo mejor nosotros a veces también nos dejamos llevar por los
prejuicios, porque lo que en el fondo vimos en esta cosa a partir de
Strindberg fue la transformación de un drama intenso y de ilimitadas
interpretaciones en un culebrón de niña tonta y criado trepa. Un
muestrario de tópicos modernos que interpelan al espectador
directamente a falta de facultades para hacerlo de manera sutil. Un
escaparate para el director estrella que se ampara en bazas seguras
para disfrazar de arrojo lo que no es otra cosa que cartas marcadas.
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