lunes, 16 de diciembre de 2013

Haz clic aquí (Teatro María Guerrero)

Al ver hoy las películas producidas en Hollywood durante los años 40 y 50, no nos queda más que reconocer que el senador McCarthy tenía razón. La unión de un talento humano inaudito hasta entonces (y nunca repetido), propiciado por el exilio masivo que provocó el totalitarismo europeo, y de una maquinaria técnica sin rival, condujeron a una edad dorada que sigue asombrando por el altísimo nivel medio de sus productos. Pero para mentes como la de McCarthy, esta ejemplaridad tenía un problema: el cine es un extraordinario medio de propaganda, y las personas que estaban detrás de esta eclosión de creatividad eran en su mayoría izquierdistas que sabían combinar en sus películas un perfecto acabado comercial con un “mensaje” progresista. Como si diría ahora, Hollywood una fábrica de liberales.

En Haz clic aquí, la huella de estos films liberales de los años 50 es evidente, en especial la obra de Joseph Losey (que tuvo que exiliarse en Europa debido a la persecución macartista), y más concretamente de El forajido. Aunque la obra de Jose Padilla esté basada en un suceso real, al verla es inevitable pensar en la película de Losey y en este tipo de películas que sin olvidar un objetivo fundamental de la industria (entretener) tampoco descuidaban otra vertiente para ellos irrenunciable, como la transmisión de valores y un intento por hacer reflexionar al público.

Otra película a la que se hace referencia explícita al principio y al final de Haz clic aquí es El hombre que mató a Liberty Valance, aunque en este caso la cita puede parecer irónica. Si en la obra maestra de John Ford el abogado y el periodista aparecían como paladines del progreso y representantes de la conversión de Estados Unidos de un lugar en el que imperaba el salvajismo en una tierra civilizada bajo el imperio de la Ley, en la pieza de Padilla periodistas y abogados no son precisamente héroes. El abogado puede ser un idealista que quiere cambiar las cosas, que lucha contra el sistema (aunque sin tener las cosas muy claras), y que acaba haciendo grandes sacrificios personales por sus convicciones. El problema es que no ha pensado que sus convicciones pueden ser erróneas. En cuanto a la periodista, su figura es todavía más discutible. Parece más movida por el interés profesional que por la búsqueda de la verdad, más preocupada por la repercusión de su trabajo que por una conciencia social. Aquí nos encontramos más cerca del cinismo de un Billy Wilder en El gran carnaval que del idealismo fordiano.

La actualización más destacada que ofrece el texto de Padilla es la relevancia de las redes sociales en la propagación de rumores, una experiencia cotidiana. Pero la acumulación de ideas en un espacio de tiempo muy reducido, de poco más de una hora, provoca cierto aceleramiento, que también afecta a las actuaciones, impecables en los saltos de papeles y en su vitalidad, pero a veces un poco pasadas de frenada. Es lo que le pasa por ejemplo a Mamen Camacho como periodista. Si en la escena inicial modula muy bien a un personaje en conflicto por cuestiones personales, profesionales y de pareja, cuando se mete más de lleno en su labor de investigación parece que tiene demasiada prisa, que quiere llegar antes de haber salido. Gustavo Galindo defiende con pasión a su abogado, cuando se inflama por la injusticia, y también cuando se da cuenta del tremendo paso en falso que ha dado. Su personaje ibicenco parece un añadido poco ligado para dar más capas al personaje de Olga, pero al menos aporta una gracia muy bienvenida.

Y es que Olga, interpretada por Nerea Moreno, se convierte en el carácter clave de la función. Es ella quien tiene que ejercer de contrapeso entre las ideas del espectador (Justicia, Responsabilidad, Compromiso, sí, ideas con mayúsculas) y su comprensión individual, personificada en esa madre que defiende a su hija cueste lo que cueste, con razón o sin ella. Moreno, con su “momento foco” incluido, logra el equilibrio en esa balanza también jugándosela en un ejercicio de matices siempre al borde de traspasar la línea roja, pero manteniéndose a salvo.

Una función como Haz clic aquí necesita de dos actores jóvenes muy cualificados, tarea no siempre sencilla. Pablo Béjar y Ana Vayón afrontan el envite con solvencia. Béjar lo tiene más difícil cuando dobla el papel, pero es un convincente macarrilla y transmite con naturalidad las dudas y cambios de opinión de su personaje. Vayón también se apropia con autoridad de Ruth, a la que dota de remordimiento y culpa, pero donde se luce es en las escenas de la discoteca, junto a sus compañeras de reparto. También Padilla aporta aquí un gran oído para los expresivos diálogos juveniles.


Es una lástima que Padilla no se haya dado más tiempo para elaborar las problemáticas planteadas, pues se cede reflexión lo que se gana en dinamismo. Cierto que la obra se ve sin respiro, que la sucesión de escenas está bien trazada y que la historia, con continuos saltos, se sigue con facilidad. Pero echamos en falta algo de reposo, cierto detenimiento para que dé tiempo a asimilar las complejas cuestiones puestas sobre el escenario. Por una vez, no nos hubiera importado que la función se alargara. 

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