Al
ver hoy las películas producidas en Hollywood durante los años 40 y
50, no nos queda más que reconocer que el senador McCarthy tenía
razón. La unión de un talento humano inaudito hasta entonces (y
nunca repetido), propiciado por el exilio masivo que provocó el
totalitarismo europeo, y de una maquinaria técnica sin rival,
condujeron a una edad dorada que sigue asombrando por el altísimo
nivel medio de sus productos. Pero para mentes como la de McCarthy,
esta ejemplaridad tenía un problema: el cine es un extraordinario
medio de propaganda, y las personas que estaban detrás de esta
eclosión de creatividad eran en su mayoría izquierdistas que sabían
combinar en sus películas un perfecto acabado comercial con un
“mensaje” progresista. Como si diría ahora, Hollywood una
fábrica de liberales.
En
Haz clic aquí, la huella de estos films liberales de los años 50 es
evidente, en especial la obra de Joseph Losey (que tuvo que exiliarse
en Europa debido a la persecución macartista), y más concretamente
de El forajido. Aunque la obra de Jose Padilla esté basada en un
suceso real, al verla es inevitable pensar en la película de Losey y
en este tipo de películas que sin olvidar un objetivo fundamental de
la industria (entretener) tampoco descuidaban otra vertiente para
ellos irrenunciable, como la transmisión de valores y un intento por
hacer reflexionar al público.
Otra
película a la que se hace referencia explícita al principio y al
final de Haz clic aquí es El hombre que mató a Liberty Valance,
aunque en este caso la cita puede parecer irónica. Si en la obra
maestra de John Ford el abogado y el periodista aparecían como paladines
del progreso y representantes de la conversión de Estados Unidos de
un lugar en el que imperaba el salvajismo en una tierra civilizada
bajo el imperio de la Ley, en la pieza de Padilla periodistas y
abogados no son precisamente héroes. El abogado puede ser un
idealista que quiere cambiar las cosas, que lucha contra el sistema
(aunque sin tener las cosas muy claras), y que acaba haciendo grandes
sacrificios personales por sus convicciones. El problema es que no ha
pensado que sus convicciones pueden ser erróneas. En cuanto a la
periodista, su figura es todavía más discutible. Parece más movida
por el interés profesional que por la búsqueda de la verdad, más
preocupada por la repercusión de su trabajo que por una conciencia
social. Aquí nos encontramos más cerca del cinismo de un Billy
Wilder en El gran carnaval que del idealismo fordiano.
La
actualización más destacada que ofrece el texto de Padilla es la
relevancia de las redes sociales en la propagación de rumores, una
experiencia cotidiana. Pero la acumulación de ideas en un espacio de
tiempo muy reducido, de poco más de una hora, provoca cierto
aceleramiento, que también afecta a las actuaciones, impecables en
los saltos de papeles y en su vitalidad, pero a veces un poco pasadas
de frenada. Es lo que le pasa por ejemplo a Mamen Camacho como
periodista. Si en la escena inicial modula muy bien a un personaje en
conflicto por cuestiones personales, profesionales y de pareja,
cuando se mete más de lleno en su labor de investigación parece que
tiene demasiada prisa, que quiere llegar antes de haber salido.
Gustavo Galindo defiende con pasión a su abogado, cuando se inflama
por la injusticia, y también cuando se da cuenta del tremendo paso
en falso que ha dado. Su personaje ibicenco parece un añadido poco
ligado para dar más capas al personaje de Olga, pero al menos aporta
una gracia muy bienvenida.
Y
es que Olga, interpretada por Nerea Moreno, se convierte en el
carácter clave de la función. Es ella quien tiene que ejercer de
contrapeso entre las ideas del espectador (Justicia, Responsabilidad,
Compromiso, sí, ideas con mayúsculas) y su comprensión individual,
personificada en esa madre que defiende a su hija cueste lo que
cueste, con razón o sin ella. Moreno, con su “momento foco”
incluido, logra el equilibrio en esa balanza también jugándosela en
un ejercicio de matices siempre al borde de traspasar la línea roja,
pero manteniéndose a salvo.
Una
función como Haz clic aquí necesita de dos actores jóvenes muy
cualificados, tarea no siempre sencilla. Pablo Béjar y Ana Vayón
afrontan el envite con solvencia. Béjar lo tiene más difícil
cuando dobla el papel, pero es un convincente macarrilla y transmite
con naturalidad las dudas y cambios de opinión de su personaje.
Vayón también se apropia con autoridad de Ruth, a la que dota de
remordimiento y culpa, pero donde se luce es en las escenas de la
discoteca, junto a sus compañeras de reparto. También Padilla
aporta aquí un gran oído para los expresivos diálogos juveniles.
Es
una lástima que Padilla no se haya dado más tiempo para elaborar
las problemáticas planteadas, pues se cede reflexión lo que se gana
en dinamismo. Cierto que la obra se ve sin respiro, que la sucesión
de escenas está bien trazada y que la historia, con continuos
saltos, se sigue con facilidad. Pero echamos en falta algo de reposo,
cierto detenimiento para que dé tiempo a asimilar las complejas
cuestiones puestas sobre el escenario. Por una vez, no nos hubiera
importado que la función se alargara.
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