martes, 9 de diciembre de 2014

Desde Berlín (Matadero Madrid)

Desde Berlín es una de esas obras que nos obligan a admitir que no entendemos nada. Que una obra que a nosotros nos ha parecido falsa, romanticista (que no romántica) y que se regocija en la miseria (ajena), haya sido recibida con aclamación general, va más allá de nuestra capacidad de comprensión. Hace poco vimos uno de esos montajes que intentan modernizar un clásico y les sale un bodrio (no daremos el nombre porque no vamos a entrar en matices). Era en nuestra opinión una mala producción, pero inocua. Sin embargo, Desde Berlín se puede considerar en términos teatrales una buena función: la dirección de Andrés Lima es coherente y sus actores muy valiosos. Y sin embargo es peor que la otra, porque es perniciosa, casi pornográfica nos atreveríamos a decir.

Un problema es exclusivamente nuestro, esto lo admitimos. Y es la incapacidad de tomarnos en serio los “grandes temas”, sobre todos cuando estos están tratados con tópicos de lo más manidos. Hay un par de momentos en la función muy reveladores a este respecto. Por ejemplo, cuando se oyen los quejidos de los niños. Vale, está en la canción de Lou Reed, pero por favor... O cuando soplan la luz de la vela. Si en lugar de yonquis fueran, qué se puede decir, marqueses, lo que se podría decir. Que la historia podía haber sido una ópera, pero falta sublimación. Podía haber sido un melodrama a lo Sirk, pero le falta sofisticación. Podría haber sido una extravagancia a lo Fassbinder, pero le falta impulso. Seguimos descendiendo. Podía ser un dramón a lo Matarazzo, pero le sobra mugre.

Y eso es lo que realmente más nos molesta. Porque Reed podría ser lo que fuera (y también nos hace gracia su irresistible ascenso hacia la santificación), pero al menos su arte reflejaba lo que había vivido. En Desde Berlín, sin embargo, nos encontramos con esa artificiosidad que pretende hacer pasar por verdadero lo que no es más que impostura. El rollo maliditista y todo eso. Así el espectador se transforma en el visitante de un zoo al que le enseñan unos pobres animalitos marginales que lo pasan muy mal, a los que podemos compadecer y hasta admirar. Ay, estos miserables, qué vida más dura han tenido. La glorificación de la roña.

Podría decirse, es una historia de amor de las de “más grande que la vida”, pero es otra cosa que no entendemos, porque nosotros no vemos aquí amor por ninguna parte. Una cosa es caer en la bobería oficial que dice que los celos no son amor, y otra calificar una relación basada en el maltrato como otra cosa que no sea una patología. Odiamos estas propuestas en las que la mujer aparece como la víctima perpetua, sumisa, martir. Y encima tenemos que tragar con que esto es romanticismo sucio. ¡Pero si al final solo faltan las campanitas que saluden al nuevo ángel!


Según vamos escribiendo nos ponemos de mal humor y se nos quitan las ganas de hablar de algunos aspectos buenos de la obra que ya hemos señalado. Lima se las arregla para superar los inconvenientes de un texto bipolar con soluciones de una sensibilidad muy superior a la demostrada en la escritura de Miró, Cavestany (que no Cabestany) y Villoro. De igual manera Nathalie Poza (que no Natalie) y Pablo Derqui se elevan por encima de sus estereotipos para transmitir algo de verdad con sus actuaciones, aunque en algunos pasajes sea imposible contener los excesos tragicómicos. Al finalizar la función nos dio la sensación de que, descontado el postureo, gran parte del público salía satisfecho y emocionado, aunque no rendido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario