lunes, 9 de febrero de 2015

Entremeses (Teatro de La Abadía)

La Abadía es un teatro especial en muchos sentidos (y el de ser “diferente” es uno de los más destacados). Por eso nos alegramos de que pueda celebrar su vigésimo aniversario, y que lo haga con una obra tan feliz como Entremeses. Y es que se trata precisamente de eso, de una celebración del teatro, una reivindicación (en estos tiempos tan excéntrica, y sin embargo necesaria) de la capacidad del teatro para transmitir buenas sensaciones, de permitir al espectador dejarse llevar durante dos horas por el puro entusiasmo de la representación. Frente a tanto autor “concienciado” no viene mal que, al menos de vez en cuando, se nos permita disfrutar del efecto euforizante del teatro.

Y ningún autor como Cervantes para transmitir esa sensación de liviandad, no exenta de cargas de profundidad. Las tres historias seleccionadas para estos Entremeses son farsas intrascendentes, juegos casi bodevilescos en los que no hay que preocuparse por esa peste que es la verosimilitud, sino que invitan a un disfrute enérgico y desenfadado. En cada uno de ellos vemos la tontería y la intransigencia enfrentados a las ganas de vivir, la solemnidad burlada por el ímpetu de pasárselo bien. Si en La cueva de Salamanca la superstición es usada en beneficio del más listo y en El viejo celoso la intolerancia es un acicate para la rebeldía, en El retablo de las maravillas, esa fábula siempre actual, son la pretenciosidad y la impostura las que quedan descubiertas como refugio de la estolidez.

Desde el principio de la representación los actores lo ponen todo de su parte para contagiar un estado de ánimo exuberante. Todo sonrisas, canciones alegres y bailes animosos, cuando se ponen a actuar lo hacen con una gracia natural, como si realmente cada noche estuvieran interpretando por primera vez sus papeles y se lo estuvieran pasando en grande. Con unos cuantos recursos primarios y un escenario que da mucho más juego del que se pudiera pensar, se da vía libre a la imaginación. En este sentido la dirección de José Luis Gómez consiste sobre todo en un vía para facilitar la diversión. Aunque todo esté perfectamente coreografiado, parecen no existir restricciones de ningún tipo, todo fluye de manera natural, casi improvisada.

Otra de las virtudes de La Abadía ha sido su papel como escuela de actores, y en Entremeses podemos volver a encontrarnos con algunos intérpretes a los que hemos seguido a lo largo de los años. Ahí está Julio Cortazar, un gañán de risa contagiosa y tan bruto como sutil. O Inma Nieto, capaz de rejuvenecer veinte años de una escena a otra, pícara y siempre enormemente divertida. Y Elisabet Gelabert, impetuosa y sarcástica, capaz de conseguir lo que quiera, cuando quiera y como quiera. O Miguel Cubero, convertido en un duende malicioso y siempre preciso. Y todos los demás, porque en realidad estos Entremeses son, más que nunca, un trabajo de equipo en el que todo funciona a la perfección, con un ritmo pautado al segundo en el que es necesaria una maquinaria a todo gas para que todo parezca ligero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario