No
está del todo claro que El caballero de Olmedo de Francisco de Monteser fuera
posterior al de Lope (Menéndez Pelayo pensaba que no, y cualquiera
le lleva la contraria a don Marcelino), por lo que no se le podría
considerar una parodia de uno de los textos más famosos del teatro
clásico español, sino más bien una burla de los tópicos más
comunes del teatro serio de la época. Como hoy en día tampoco
tendría mucho sentido montar una obra para reírse de Lope
(aunque...), la Compañía los otros ha tenido el acierto de
deconstruir, o fusionar (o alguno de esos términos que ahora ha
colonizado la gastronomía) el texto de Monteser para ofrecer una
función que, manteniendo los variados juegos originales, se adapta
perfectamente a la actualidad.
Y
no hablamos solo de algunas referencias evidentes (como ese rey que
tenía todas las cartas para convertirse en una treta facilona, como
de guiño-guiño, pero que resulta que es hilarante), sino también
de la habilidad de Félix Estaire para convertir los disparates de
Monteser en artificios posmodernos, sin caer en la pretenciosidad,
sino que muy al contrario, mantiene en todo momento el espíritu
burlón. Aunque, en realidad, a lo mejor simplemente se produce el
efecto Menard. En cualquier caso, si para Monteser no había nada
sagrado y podía poner en solfa aspectos en apariencia inherentes al
teatro clásico, como el honor o la gallardía (convertidos en
tópicos de lo español), Estaire le acompaña en su tarea
desestabilizadora con una versión tan contemporánea como fiel al
original.
En
esta labor la dirección de Julián Ortega tampoco toma rehenes. Sin
decorado, con los recursos escénicos de una obra escolar y descaro
ante las carencias, por una vez podemos regodearnos ante una
propuesta que desnuda la pretenciosidad de una cierta manera de
afrontar el repertorio clásico con una solemnidad mortal. Cierto que
no siempre es así, y precisamente el reciente Caballero de Olmedo
dirigido por Lluis Pasqual demostraba que también se puede poner en
pie un texto canónico con alegría y ligereza, pero lamentablemente
no es lo más común. La embestida de Ortega se produce con más
sorna que malicia y, desde luego, material de base no le falta. Por
eso acogemos con complicidad y algarabía la propuesta, tan seria y
matizada como exige cualquier trabajo de buena comedia.
Por
supuesto, en una función como esta es necesaria la colaboración de
un reparto que sepa entrar en el juego, y los actores de este
Caballero de Olmedo parecen pasárselo tan bien como el espectador.
José Ramón Iglesias es un don Rodrigo pomposo que echa para atrás
(no solo por el aliento). Incapaz de meterse en el papel (por
exigencias del guión), es un matasiete con ambiciones dramáticas
que lo borda como patético pretendiente. En la mayoría de las obras
dramáticas de la época el personaje del rey suele ser un fantoche
sin carisma, o al menos en tal se ha convertido para la mayoría de
los directores actuales. Pero Iglesias convierte a su rey en un bobo
por todos reconocible y, como ya dijimos, de irresistible gracia. El
gracioso oficial, Tello, es un Héctor Caballero que se maneja a la
perfección en la comicidad física, arrollador también cuando le
toca trasformarse en hermana fea y en heredero repentino.
En
un montaje de estas características lo que en otras circunstancias
serían rémoras se convierten en puntos a favor. Y así Irene
Serrano da lo mejor de sí misma cuando se deja llevar por la
sobreactuación (también por exigencias del guión) y consigue
arrastrar al espectador en su locura. Rafael Ortiz es un caballero de
Olmedo atontado, torero con montera y traje de luces, que
precisamente se luce más cuando ya está muerto, en una tercera
jornada apoteósica. Gerardo Quintana trastoca el típico personaje
de padre obsesionado con la honra y disfruta viendo desde fuera el
discurrir de los acontecimientos, sin privarse de participar de
manera activa cada vez que tiene la oportunidad. El público, también
invitado a interactuar con los numerosos sobreentendidos y al que se
le supone un conocimiento previo para poder captar todas las
implicaciones, responde a esta responsabilidad pasándoselo en
grande.
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