No
parece que sea una coincidencia el que Alfredo Sanzol haya elegido
situar su último espectáculo en la transición. Más allá de
repetir esa visión casi infantil de una situación que más que
comprenderse se intuye, como ya hizo en Días estupendos
o Delicadas,
el hecho de que la acción de Enla luna
se desarrolle precisamente en esa época nos indica que el propio
Sanzol se haya en plena fase de transición de un teatro puramente
lúdico, divertido y desenfadado, para atreverse a penetrar en
lugares más oscuros, más turbios, quizá más maduros.
En
las dos obras citadas había unas escenas similares en las que un
personaje adulto (una madre, una tía) hablaba con un niño (o un
feto) para desvelarle algunos secretos de la vida. En esta ocasión
la escena se repite entre un padre y un joven (muy probablemente el
propio Sanzol), para dar paso al nacimiento del hijo del autor.
Mientras que en sus obras anteriores la alegría e incluso la
felicidad se imponían a cualquier atisbo de (d)represión, ahora
parece que la perspectiva, aunque igualmente ilusionada, es más
amarga, más desencantada (por usar otro término típico de la
transición). Sanzol se ha hecho mayor y nos hace notar el peso de su
nueva responsabilidad.
La
obra comienza como un cohete. La escena del entierro de Franco
permite el primer lucimiento de la velada: Palmira Ferrer, como la
reivindicativa mujer del acreedor, impone primero el respeto de la
sala y luego la primera salva de aplausos (extrañamente, sera
también la última hasta la ronda de saludos). Poco después llega
otra exhibición, esta vez a cargo de Juan Codina, como testigo de un
atraco, primero impertinente ante la policía, después incrédulo y
más tarde atemorizado. Quizá en esta escena sea en la que mejor
capta Sanzol la mezcla de humor, ridículo, patetismo y temor de la
época.
Como
es inevitable en toda obra construida a base de sketches, no todos
están a la misma altura (esto creemos haberlo dicho sobre todos los
espectáculos de Sanzol...). Los hay irresistiblemente graciosos, los
hay poco logrados, y también los hay misteriosos. El que más
hermético nos pareció es aquel en el que Luis Moreno pasea a unos
invitados por su extraña casa y les vende un cochecito de bebé para
comprarse un ventilador indio. Sin embargo, hay algo en ese momento,
en la actuación de Moreno, que desprende magia, un encanto muy
especial.
En cuanto a los momentos más divertidos, quizá destaque el cumpleaños de la redicha de Nuria Mencía. La presentación de su personaje es magistral, pero cuando se produce el encuentro con el pavisoso que encarna Jesús Noguero y su acordeón no tiene precio. La frase “nunca pensé que me alegraría de que unos guardias civiles entraran en el Congreso” resume lo esperpéntico de la situación creada alrededor de un trozo de pastel.
Sanzol también suele incluir en sus obras varios escenas con un llamativo lenguaje explicitamente sexual, más o menos logradas. En esta ocasión le tocan los momentos subidos de tono a Lucía Quintana, con la un poco pesada escena del telescopio y la mucho más acertada de la escritora de relatos eróticos oculta. Aquí sí que puede lucirse y encandilar sin necesidad de desarrollar el material de sus escritos.
Quizá
lo que menos nos haya gustado de la obra haya sido la interrelación
que hace Sanzol entre los 70 y la actualidad. Ya en la primera escena
hay una proclama política que huele un poco a reivindicación
corporativista, más efectista que efectiva. Y más tarde, en el
episodio sobre la memoria histórica, se cae en el ventajismo de
enjuiciar el pasado recurriendo a claves que solo ahora conocemos.
Este es un truco que casi nunca sale bien, y del que por suerte
Sanzol no abusa.
Por
estas cosas que tiene el teatro, a veces nos parece que una mejora se
hace a costa de un abandono. La nostalgia, que es clave en el teatro
de Sanzol, nos invade una vez más. Pese a todos los logros de En
la luna,
no podemos dejar de echar de menos a la antigua compañía, el
entusiasmo que sentimos con sus anteriores obras. Pero si podemos
asimilar estas obras iniciáticas con las primeras comedias
desinhibidas de Woody Allen y En
la luna
con su Love and Death,
eso supondría que la próxima obra de Sanzol será su Annie Hall.
Nada de melancolía ni de mirar atrás: a esperar con ilusión la
nueva joya que nos quiera regalar.
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