Ya
hemos hablado en alguna ocasión sobre la poca estima que tenemos por
el teatro filmado. Ni el ritmo (para nosotros el punto clave de la
puesta en escena) ni el punto de vista (un falso purismo obligaría a
mantener en las adaptaciones un plano general pobre y comatoso) hacen
posible la translación entre los dos medios. Por ello, no
valoraremos aquí Urtain como espectáculo teatral, sino como
producto televisivo.
Primero
nos gustaría resaltar la excelente realización de Andrés Luque,
que sabe mantener la raíz teatral del texto, pero sin las imposturas
ni las trampas que permitiría una producción no grabada en directo.
Solo al final se colaron algunas cámaras que deslucían un poco el
efecto general, pero Luque acierta a la hora de retratar con
fidelidad la mayoría de las soluciones de puesta en escena de AndrésLima.
En
cuanto al texto de Juan Cavestany, o mejor dicho, su adaptación, nos parece que peca
de ambicioso. Intentar convertir la figura de Urtain en una especie
de metáfora de España no deja de ser una exageración. Como retrato
íntimo de un fracaso, la obra puede funcionar, pero cuando sus
ambiciones crecen y el simbolismo se impone, como suele ser habitual
en el teatro, la función fracasa.
Lo
más extraño de ver una obra como Urtain en televisión es
comprobar la descompensación entre la historia que nos están
contando y la forma de hacerlo. Porque el trabajo de Lima, con el que
mantenemos nuestros altibajos, es aquí más ocurrente (en el buen
sentido) que nunca, pero también nos da la sensación de que está
al servicio de una obra limitada. Hay buenos y continuos hallazgos,
pero parece como si se agotaran enseguida, como si no hubiera manera
de mantener la fuerza a lo largo de toda una escena.
Pero
sin duda, lo más grande de Urtain, lo que da su auténtica
relevancia, es la creación de Roberto Álamo. El resto del reparto,
entre el que destacamos a Luis Bermejo, rodea con solvencia su
exhibición, pero no nos engañemos, uno no puede apartar la mirada
de su figura. Sus inagotables recursos, su capacidad para utilizar la
voz y su manera de hablar con una versatilidad infinitas, su
facilidad para cambiar de registro de manera instantánea, su
impactante presencia... El espectador se siente apabullado ante una
creación magistral, una interpretación que se queda en la memoria.
Cuando
se habla de Estudio 1 siempre salen a colación Doce hombres sin
piedad y José Bódalo. No sabemos si Urtain alcanzará el
aura mágica de la producción de Pérez Puig, pero apostaríamos a
que algún día será recordada como aquella obra en la que explotó
Álamo, quien en este hipotético futuro ya será recordado como una
figura mítica del teatro español.
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