En
un reciente artículo, Antonio Muñoz Molina habla del cuento de JohnCheever El nadador para explicar cómo la riqueza de algunos
cuentos hace que en nuestra memoria parezcan mucho más largos de lo
que en realidad son. Mientras lo leíamos pensabamos que se trataba
de un truco del escritor para reforzar alguna tesis propia, pero
cuando hace unos días volvimos a leer La casa de Asterión y
vimos que apenas ocupa un par de páginas, tuvimos que darle la
razón. Es tal el poder sugestivo de los grandes autores como Borges,
que sus relatos nos parecen inacabables, eternas, y por ello es
imposible que quepan en tan poco espacio.
Una
de esas historias sin fin es, sin duda, la de Medea. Sin embargo, la
opción estilística elegida por Ariel Dorfman para su versión es
totalmente opuesta a la Cheever o Borges. En nuestra opinión el
autor se deja llevar por un afán retórico que en los peores
momentos cae en la cháchara, y sólo en el estupendo clímax final
alcanza un vuelo realmente poético. Nuestro minimalismo militante no
nos lleva al absurdo de exigirlo también en la construcción
dramática (aunque sí en la puesta en escena), pero una cosa es
crear diálogos ricos, profundos y sugerentes, y otra no poner
límites a la verborrea pretenciosa. Sí, Dorfman tiene claro lo que
quiere (tentados estamos de decir que a veces incluso demasiado), y
sus criaturas saben transmitirlo, pero no podemos decir que este
Purgatorio, basado en una historia tan potente, tan
desaforada, nos llegue al alma.
A
tenor de nuestras querencias minimalistas, se podría pensar la
transparente dirección de Josep Maria Mestres y la escenografía de
Clara Notari serían de nuestro gusto, pero aquí entra en juego una
de nuestras manías: nos parece un error básico de semiología que
el escenario sea cuadrado y no redondo. Pero reconocemos que eso son
extravagancias nuestras. Más grave es que los espectadores que están
en las gradas laterales se pierden gran parte de la función. Hay
cierto movimiento y algún intento de “que nos vean todos”, pero
la realidad es que no es lo mismo. Estas entradas deberían llevar la
advertencia de tener una visibilidad limitada.
También
tenemos que reconocer otra clase de prejuicios respecto al público
del Matadero. Pero admitimos que son solo eso, prejuicios por el tipo
de personas que se pueden encontrar pululando por este centro
cultural, pero en realidad la gente que va al teatro no es peor que
la de la Abadía, por ejemplo. En esta ocasión, a nuestras
reticencias se sumaba que al estar en escena Viggo Mortensen la
histeria podía hacer estragos en las gradas y en nuestra tolerancia.
Pero más allá de encontrar una descompensación de género todavía
más alta de la que ya es habitual en el teatro, las criaturas se
portaron bien.
En
cuanto a Mortensen, confesamos que nos costó mucho dejar de pensar
que estábamos viendo a Mortensen, la estrella de Hollywood. Como la
obra a veces devaneaba, nosotros también dábamos paseos mentales y
por momentos nos encontramos a punto de abandonar astralmente la
sala, pero la cosa no llegó a drama. Con Carme Elias también
tuvimos que ir haciéndonos poco a poco. Tras un inicio algo pomposo,
en la segunda parte pudimos disfrutar de su extraordinario talento, y
prepararnos para la gran traca final.
Porque,
como decíamos, lo mejor está en la última parte. Por fin se han
dejado atrás las pretensiones más líricas, por fin el texto se ha
despojado de manierismos y llegamos al corazón de la tragedia. Sin
miedo a la pasión, sin envolverla en palabrería, los actores pueden
dar rienda suelta a sus sentimientos, y al espectador, si ha llegado
indemne, se le permite dejarse llevar y disfrutar de un teatro vivo y
arrollador.
El final es sin duda lo mejor. A mi la puesta en escena me gustó, a pesar de que el escenario no es redondo (a mi no me parece tan relevante) utilizan lo justo para transmitir y es muy efectivo. Me hubiera gustado verla una segunda vez porque fijo que así se aprecia mejor el juego del tiempo irreal. No se como pudiste tener momentos de flaqueza, a mi la obra me enganchó bastante y eso que mi cabeza llevaba meses sin parar de pensar en otras cosas. En la web de matadero encontré un folleto interesante sobre la obra en la que tratan de analizar y profundizar sobre el significado de varios iconos (ejemplo el cuchillo) y claro está sobre la capacidad y el deseo de perdonar del ser humano.
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