Münchausen
parece la típica obra de teatro en la que el conjunto resulta
inferior a sus partes. Nada nos pareció excesivamente reprochable,
casi todo nos gustó con moderación e incluso entusiasmo, y sin
embargo, parece que le falta algo. Veamos.
El
tema en sí, el síndrome de Münchhusen, nos parece lleno de
posibilidades, y además poco o nada transitado hasta el momento. El
enfoque de Lucía Vilanova nos parece apropiado y muy defendible, un
estudio sobre familias y otros animales. La dirección de Salva Bolta
es elegantísima, sin cargar las tintas en ningún momento y con una
sobriedad que, dado el tema, se agradece. La escenografía de PacoAzorín se ajusta a las mil maravillas a la idea de la puesta en
escena, y unida a la música y las luces crean un clima frío, sí,
pero también inquietante, una casa donde el dolor casi se percibe
físicamente.
A
Carmen Conesa nos gustaría verla en todos los espectáculos a los
que asistimos. Es sólida, es empática, tiene una voz y una
presencia de enjundia. Sus escenas con Adolfo Fernández están entre
lo mejor de la función, dos personajes que se conocen a la
perfección, que saben lo que el otro quiere decir cuando no dice
nada. David Castillo tiene que hacer frente a la parte más difícil:
que un chaval de su edad tenga que llevar el peso por sí solo de una
función tan retorcida como Münchhausen es una tarea casi imposible,
y que él solventa con calidez y con la ayuda de Samuel Viyuela y de
Macarena Sanz. Teresa Lozano e Ileana Wilson ponen la parte cómica
en una obra que necesita un punto de fuga a riesgo de explotar.
Entonces,
¿cuál es el problema? La mejor escena de la función, justo antes
del final, es cuando cada personaje empieza a imitar a su contrario y
dice lo que estos no se atreven a soltar y tienen que oír lo que
ellos no quieren escuchar. Probemos algo parecido.
Sí,
Vilanova acierta en el tono que ha dado a su relato, pero quizá algo
falla en la estructura dramática. La progresión, pautada por
indicaciones del paso del tiempo (lo cual, casi siempre es mala
señal), a menudo cae en las reiteraciones (sobre todo en las
conversaciones entre los gemelos) y llegado un punto, parece que no
sabe hacia dónde ir, que ha perdido de vista lo fundamental para
recrearse en lo accesorio, con escenas dedicadas a personajes mucho
menos interesantes que la madre y el hijo. La puesta es sutil y
bonita, pero también peca de asepsia. Es verdad que, dado el tema,
se agradece cierto distanciamiento, pero esta propensión a la
frialdad aleja al espectador de la emoción (salvo en su fulgurante
final).
Nada
podemos encontrar para matizar los elogios a Conesa y Fernández. En
cuanto a Castillo, aún valorando su tremendo valor, creemos que es
demasiado arriesgado poner a un actor tan joven como pilar de una
obra tan dura y enrevesada. Hace lo que puede y no creemos que otros
intérpretes pudieran hacerlo mejor, pero es demasiada
responsabilidad. Viyuela lo tiene algo más fácil y cumple con
solvencia, mientras que Sanz no desaprovecha sus oportunidades para
lucirse, aunque a veces quizá se meta demasiado en su papel de
actriz-actriz. En cuanto a Lozano y Wilson, nos tememos que aquí
está la parte más débil del montaje. Entre la sobreactuación
gracioseta y unos personajes como fuera de contexto, poco pueden
hacer para que no parezca que sobran. La parte cómica era necesaria,
pero desgraciadamente está poco conseguida y es más un injerto que
una parte viva.
Esperamos
no dar la impresión con este juego de espejos de que Münchhausen es
una mala obra. Muy al contrario, tiene tantos puntos a favor que sus
defectos casi se pueden pasar por alto. Vilanova y Bolta son
creadores con mucho por decir y por lo demostrado en esta obra, merecerá la
pena seguir sus carreras.
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