viernes, 20 de enero de 2012

Agosto, Condado de Osage (Teatro Valle-Inclán) (2ª parte)


Ante la pareja Machí-Baró, el resto del reparto podría haber dado un paso atrás y dejar a las fieras que se despedacen, pero ni mucho menos es así. La parte masculina del reparto ocupa un lugar mucho más discreto, y pese a la buena escena introductoria de Miguel Palenzuela y las ocasionales intervenciones, siempre intentando templar gaitas, siempre conciliadoras, de Abel Vitón, lo cierto es que si hubieran eliminado los personajes masculinos por completo casi ni nos daríamos cuenta.

Mucha más importancia tiene Alicia Borrachero, con un personaje que va y viene, pero que cada vez que aparece clava su se debilidad, su miedo, su sumisión y, finalmente, su esperanza. Marina Seresesky tiene otro personaje lateral, pero de una imporatancia capital, como demuestra su participación al principio y al final de la obra. Clara Sanchis falla en una presentación un poco salida de tono, como demasiado frívola, pero cuando llega su gran momento, con la maleta, sabe salvar una situación que se había puesto dramatúrgicamente complicada y eleva otra vez el tono. Irene Escolar sorprende con eso tan difícil que es hacer de niña (y encima repelente y cinéfila) sin caer en el ridículo ni en lo caricaturesco. Por último, pero si hubiera tenido más papel casi merecería estar al principio, Sonsoles Benedicto hace otro monstruo terrible lleno de fuerza y de (maldita) gracia.

Quizá lo que más nos cautivó de una obra que casi durante cuatro horas mantuvo nuestro entusiasmo, fue la capacidad de Vera para enlazar unos cambios de tono tan drásticos con total fluidez. A nosotros lo más difícil en obras de las ambiciones de Agosto nos parece combinar un tono cómico, a veces salvajemente despendolado, con punzadas de un dramatismo que se acerca a la tragedia más desgarrada. Si esto es difícil hacerlo de una escena a otra, cómo será intentar las transiciones de una frase a la siguiente. Y Vera y sus actrices lo hacen no una vez o dos, sino continuamente, embarcando al espectador en un sube-y-baja emocional del que sale practicamente noqueado.

Salta a la vista que lo más llamativo de Agosto son sus intérpretes, pero no sería justo pasar por alto otras facetas de la puesta en escena que consiguen que la obra no sea simplemente un artefacto al servicio de sus actores, sino un milagro escénico. Más allá de la tarea unificadora de Vera, la versión de Luis García Montero es de una limpieza ejemplar. Los diálogos se suceden con una claridad y una fluidez que facilitan que el espectador si integre en la historia casi de manera automática. Todo suena real, vívido, casi costumbrista, y si mucho de esto es gracias a los actores, también su parte de mérito es de Montero. La escenografía de Max Glaenzel comparte esta nitidez. Con la necesidad de mantener varios espacios simultáneos para desarrollar la acción (a veces hasta tres), la disposición escénica de Glaenzel facilita la comprensión y que las tramas paralelas se sigan con total facilidad.

También hay un par de cosas que no nos gustaron, un par de ocasiones en las que el argumento toma una dirección peligrosa que es hábilmente salvada, algún actor que no está a la altura del resto del reparto, pero después de todo lo que disfrutamos y de todo lo que hemos dicho, nos parece poca cosa, apenas astillas que pulir y que en el conjunto aparecen sin importancia, casi como la demostración de que el teatro, por muy alto que vuele, es cosa de seres humanos, y por tanto proclive a los errores.

Poco antes de entrar a ver la función, creíamos que se nos iba a escapar, y solo un (otro) milagro de última hora hizo posible que viéramos uno de los espectáculos más grandiosos a los que hemos asistido. Aunque no lo íbamos a cumplir, tras salir del Valle-Inclán dijimos que no volveríamos al teatro en un año. Tras haber disfrutado de una experiencia como Agosto, creemos que tardaremos mucho en encontrar algo que satisfaga nuestros anhelos de vivir algo similar. Pero también sabemos que, cuando lleguen los malos tiempos y volvamos a preguntarnos por qué nos gusta el teatro, recordaremos Agosto.

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