Aunque
ya hace varios años y más de media docena de espectáculos que
seguimos a Cheek by Jowl, continuamos sin descubrir su secreto. Sí,
sabemos que valoramos especialmente su capacidad para dotar a sus
montajes de un ritmo endemoniado, de sacar el mayor partido a la
menor escenografía, el ser una fábrica de actores excepcionales, de
llegar hasta el tuétano de las obras para conseguir sacarles todo su
sabor. Lo que no nos explicamos es por qué a Donnellan y Ormerod les
toleramos (incluso les aplaudimos) cosas que en otros nos produciría
rechazo. Quizá ahí precisamente es donde radica su genio.
Lastima que sea una puta empieza como si fuera Fish Tank, con una
chica embutida en una sudadera roja bailando al ritmo de música
moderna. Pero lo que vamos a ver no es un drama social a lo Ken
Loach, sino un dramón entre gore y gótico (suponemos que de ahí la
estética de la chica y de su dormitorio), un argumento que nos
recuerda al de La venganza de Tamar, con sus dosis (nada
moderadas) de incesto, asesinato, traición y sangre a borbotones.
Como decíamos, en esta primera escena, la chica, rodeada por todo el
elenco, se pone a bailar. Seguramente si la compañía fuera otra,
hubiéramos pensado “ya estamos con las tonterías”; pero en esta
ocasión, nos frotamos las manos y una sonrisa se instaló en nuestra
cara: ya empezaba lo bueno.
E
iba a ser un no parar. En esta puesta la escenografía parece más
poblada que en otras ocasiones (lo cual no es difícil, teniendo en
cuenta que a veces se ha limitado a tres sillas y una puerta), con
una cama muy poco sutilmente situada en el centro del escenario. No
conocíamos esta magnífica obra de John Ford, pero esta rémora
unida a la del idioma no impide que la entrada en la trama sea
inmediata. Enseguida comprendemos la pasión de Giovanni por su
hermana, el pánico del fraile por su perdición, los duelos entre
pretendientes de Annabella, la inocencia perversa de esta, las
ardides de Putana, las maquinaciones de Vasques...
Porque
lo que siempre hemos admirado en Donnellan-Ormerod es su simplicidad.
Una simplicidad que obviamente es trabajadísima. Hacer accesible una
historia como la de 'Tis Pity es una tarea endemoniada que
exige la máxima precisión. Pero es que no solo el texto está
destilado para procurar su absoluta comprensión (en diferentes
planos), sino que la puesta en escena también contribuye a cada paso
a hacer más densa y comprensible la situación. Los actores van
recitando, con ese poder hipnótico que tienen los intérpretes
británicos para hacerlo, como si fuera la cosa más natural del
mundo un texto alambicado, metafórico y arcaico, y a la vez las
soluciones escénicas van añadiendo una nueva capa siempre
enriquecedora.
Ay,
y qué actores. Lydia Wilson, a la que vimos recientemente en el
primer capítulo de la descabellada Black Mirror, está desde ya en
nuestra lista de grandes promesas. Combina esa mezcla de fragilidad y
dureza tan difícil de encontrar y que puede llevar a una actriz a
hacer lo que quiera. Jack Gordon parece uno de esos actores que han
nacido hablando en verso, tan natural les sale. Lizzie Hopley da el
contrapunto cómico (y también el más salvaje) con desenvoltura y
horror (respectivamente), Suzanne Burden tiene uno de esos monólogos
electrizantes y tal capacidad para hacerse con el foco de la atención
que ya podría pasar un elefante por el escenario que nadie le haría
caso. Pero quizá el otro gran descubrimiento de la función es
Laurence Spellman, un malvado con coleta y bigote, nada menos, que
nos evoca al gran Will Keen en The Changeling.
Como
es natural, a Donnellan a veces también se le puede ir la mano, y en
esta ocasión nos parece excesiva la escena del striper sanguinario
(aunque ya nos imaginamos que es difícil solucionar una escena en la
que a un personaje se le arranca la boca y los ojos), y un poco
ridícula aquella en la que se abren las puertas del infierno con una
luz verde. Borrones menores, en cualquier caso, para un montaje que
nos ha devuelto lo mejor de Cheek by Jowl, una compañía que
demuestra que el teatro que soñamos también puede llevarse a la
escena.
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