domingo, 1 de abril de 2012

La Regenta (Teatros del Canal)


En Vida en escena tenemos tantos prejuicios como el que más; sin embargo, cuando comienza una función ponemos nuestra doctrina crítica a cero y esperamos que nos convenzan. Por eso obras como esta muy libre adaptación de La Regenta de Marina Bollaín y Vanessa Montfort nos lo pone tan difícil: nos ha gustado mucho, pero no sabemos explicarnos muy bien por qué.

Para empezar, la obra tarda mucho en carburar. Lo primero que tiene que hacer el espectador es olvidarse de que se trata de una adaptación, pues aparte de los nombres y de algunos mimbres dramáticos, todo lo demás, desde la modernización (a veces demasiado remarcada, como las continuas referencias a twitter, facebook o skype), hasta las relaciones de los personajes han sido modificadas a conciencia. Se suele decir que lo importante es mantener el espíritu, pero aquí lo que Bollaín y Monfort han intentado ha sido centrarse, más que en el drama de Ana Ozores, pensamos, en el tema de la hipocresía, que es el verdadero carácter de todos los personajes y del medio social en el que se mueven.

Decíamos que la obra arranca lenta, y nos hemos desviado para hacerle honor. Creemos que el espectador tarda en implicarse porque la función se divide en dos estilos muy diferenciados: por un lado está el show televisivo, que va por la vertiente más farsesca; divertida, es cierto, pero que también cae en la vulgaridad de los modelos que imita. Por otra parte, está la verdadera acción, los episodios casi esquemáticos que llevan a Ana Ozores de una leve crisis de identidad a situarse al borde del ataque de nervios. Las transiciones entre ambas esferas está bien conseguida, pero es inevitable el choque entre dos tonos casi opuestos. Parece que Bollaín no sabía por cuál de los dos decidirse y al final ha optado por tirar por el camino de en medio.

Otro motivo para la reticencia es el trabajo de Mariona Ribas como Ana. Quizá el problema no es tanto suyo, que sabe moldear el personaje y hacerlo evolucionar paso a paso, aunque con cierta falta de intensidad, como de su papel. Obviamente la Regenta es el centro de la obra, pero a menudo parece tener falta de entidad, como si todo ocurriera a su alrededor sin que se dé cuenta. Solo al final, cuando la desolación y el desamparo son ya totales, la fragilidad que ha mostrado a lo largo de la función se hacen más comprensibles.

Esta ambivalencia también se hace notar en otros personajes. David Luque logra hacerse con esa atención que le pertenecía a Ribas construyendo un Fermín del Pas cínico y manipulador, muy elegante en sus maneras y muy canalla en sus propósitos. El pero viene en ciertas obviedades: sin en cine a veces un primer plano hace demasiado evidentes las intenciones, en teatro una mirada retorcida de más puede echar por tierra la sutileza exigible.

Chiqui Fernández, como periodista sin escrúpulos, tiene mucha gracia y consigue que las partes del plató de televisión tengan ritmo y soltura, pero también cae a veces en la vulgaridad que comentábamos, como en sus exageradas carcajadas. Ángel Savin tiene que apechugar con el papel de mariquita mala, muy gracioso en sus apuntes, pero cuyo papel queda un poco desvaído, como si no se supiera muy bien qué hace ahí. Alberto Vázquez y Paca López tiene papeles casi de comparsa, sobre todo el primero, un monigote que, como al final, casi podría haberse quedado en off, mientras que Raúl Sanz asume muy convincentemente el papel de actor de cine chulesco y venido a menos, aunque le falta convicción en sus momentos con Ribas.

El juego escénico entre el hortera plató de televisión y el círculo exterior que sirve para las diferentes escenas íntimas está muy bien resuelto gracias a la eficaz escenografía de Ricardo Sánchez-Cuerda y la cambiante iluminación de Felipe Ramos. También merece mención el sugerente vestuario de Rosa García Andújar.

Mientras veíamos el espectáculo, tan pronto encontrábamos pegas a muchas de las soluciones de Bollaín y a las opciones interpretativas como nos dábamos cuenta de que estábamos disfrutando con lo que veíamos. El final llegó mucho antes de que nos lo esperáramos y teníamos esa sensación de que nos había gustado mucho lo que habíamos visto. ¿Por qué? Habrá que preguntárselo al terapéuta. 

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