En
los últimos meses nos hemos dado cuenta de que la bipolaridad se
está convirtiendo en el trastorno psiquiátrico de moda. Famosos y
personajes de ficción se reivindican como pacientes ciclotímicos,
hasta tal punto que para estar a la última parece necesario sufrir
como mínimo algún leve episodio de este desequilibrio. Por eso, y
aunque en su época lo que más se llevaba era la neurastenia, no nos
extraña que la Hedda Gabler del cinematográfico montaje de
David Selvas tenga muchas de las características del afectado
bipolar: es otra manera de traerla a nuestros días.
No
hay ninguna duda de que Laia Marull se lleva todas las miradas en
esta función (bueno, puede que sí), pero por una vez, en VEE
no nos ponemos de acuerdo. Para un sector, su actuación es
extraordinaria, desbordante, a punto de la extenuación (tanto propia
como ajena); para el otro, lleva el histrionismo hasta el límite,
pone de los nervios y saca de las casillas. Así que he aquí dos
apreciaciones totalmente diferentes:
1-Tras
la pausada primera escena entre un Ernest Villegas que sabe transmitir su
frágil equilibrio y una Àngela Jové que impone su sabiduría, aparece en
escena Laia Marull, y lo hace como un torrente. A partir de entonces
ya no habrá pausa. Las escenas, que atendiendo a la lógica más
cerril, se suceden de una manera vertiginosa, adquieren una fuerza
extra gracias al trabajo de la actriz, capaz de dar una nueva lectura
a la frase en apariencia más inocente. También aparecerán Òscar Rabadán y Cristina Genebat tratando de hacer frente a lo que se les
viene encima, pero será Pablo Derqui quien mejor aguantará los
envites, aunque al final sea lógico que acabe como un cristo.
2-Tras
la escena introductoria entre el demasiado joven Villegas y la
demasiado modernizada Jové, entra en acción Marull y tu
composición de lugar se viene abajo. Lo que parecía que iba a ser
una adaptación clásica con las modernizaciones de rigor, se
convierte en un guiñol caricaturesco con una protagonista asesinable
rodeada por una caterva de peleles. No hay realismo, porque el
personaje de Hedda, de tan caprichoso, se convierte en
incomprensible; pero tampoco un buen relato psicológico, pues aunque
las intenciones de la protagonista están bien remarcadas, no tienen
una evolución coherente que la hagan a ella y a su cohorte lo más
mínimamente interesantes.
Preferimos
que sea el sector más afín el que complete la reseña.
Por
muy bien que esté el resto del reparto, confieso que a menudo me
encontraba centrado en Marull, aunque su importancia en la escena
fuera marginal. También me gustó el estilo elegido por Selvas, muy
cinematográfico, como decíamos, pero en el mejor sentido, con una
fluidez constante y un sentido del tempo prodigioso. La adaptación
de Marc Rosich del clásico de Ibsen es integral, sin que canten las
actualizaciones ni se eche en falta la pujanza del original. Gran
escenografía de Max Glaenzel que construye un espacio reconocible y
veraz.
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