lunes, 2 de abril de 2012

Hedda Gabler (Teatro de la Abadía)


En los últimos meses nos hemos dado cuenta de que la bipolaridad se está convirtiendo en el trastorno psiquiátrico de moda. Famosos y personajes de ficción se reivindican como pacientes ciclotímicos, hasta tal punto que para estar a la última parece necesario sufrir como mínimo algún leve episodio de este desequilibrio. Por eso, y aunque en su época lo que más se llevaba era la neurastenia, no nos extraña que la Hedda Gabler del cinematográfico montaje de David Selvas tenga muchas de las características del afectado bipolar: es otra manera de traerla a nuestros días.

No hay ninguna duda de que Laia Marull se lleva todas las miradas en esta función (bueno, puede que sí), pero por una vez, en VEE no nos ponemos de acuerdo. Para un sector, su actuación es extraordinaria, desbordante, a punto de la extenuación (tanto propia como ajena); para el otro, lleva el histrionismo hasta el límite, pone de los nervios y saca de las casillas. Así que he aquí dos apreciaciones totalmente diferentes:

1-Tras la pausada primera escena entre un Ernest Villegas que sabe transmitir su frágil equilibrio y una Àngela Jové que impone su sabiduría, aparece en escena Laia Marull, y lo hace como un torrente. A partir de entonces ya no habrá pausa. Las escenas, que atendiendo a la lógica más cerril, se suceden de una manera vertiginosa, adquieren una fuerza extra gracias al trabajo de la actriz, capaz de dar una nueva lectura a la frase en apariencia más inocente. También aparecerán Òscar Rabadán y Cristina Genebat tratando de hacer frente a lo que se les viene encima, pero será Pablo Derqui quien mejor aguantará los envites, aunque al final sea lógico que acabe como un cristo.

2-Tras la escena introductoria entre el demasiado joven Villegas y la demasiado modernizada Jové, entra en acción Marull y tu composición de lugar se viene abajo. Lo que parecía que iba a ser una adaptación clásica con las modernizaciones de rigor, se convierte en un guiñol caricaturesco con una protagonista asesinable rodeada por una caterva de peleles. No hay realismo, porque el personaje de Hedda, de tan caprichoso, se convierte en incomprensible; pero tampoco un buen relato psicológico, pues aunque las intenciones de la protagonista están bien remarcadas, no tienen una evolución coherente que la hagan a ella y a su cohorte lo más mínimamente interesantes.

Preferimos que sea el sector más afín el que complete la reseña.

Por muy bien que esté el resto del reparto, confieso que a menudo me encontraba centrado en Marull, aunque su importancia en la escena fuera marginal. También me gustó el estilo elegido por Selvas, muy cinematográfico, como decíamos, pero en el mejor sentido, con una fluidez constante y un sentido del tempo prodigioso. La adaptación de Marc Rosich del clásico de Ibsen es integral, sin que canten las actualizaciones ni se eche en falta la pujanza del original. Gran escenografía de Max Glaenzel que construye un espacio reconocible y veraz.

Como decía Godard, para hacer una película solo se necesita a una mujer y una pistola. Al ver las fotos promocionales de esta Hedda Gabler se podría decir: para hacer una obra de teatro solo se necesita un pedazo de actriz y una mirada. 



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