Sería
injusto calificar Baños Roma como una obra de teatro posmoderna o
deconstruida, y no porque estos términos, tras su periodo
inflacionario, hoy estén pasados de moda, sino porque, en nuestra
parcialidad, solemos asociar tales calificativos con otro que deja
menos dudas sobre la valoración: chorradas. Y Baños Roma, en sus
aciertos y sus bajones, se podría definir de muchas maneras, pero
nos parce una trabajo honrado y respetable, peculiar y a veces
excéntrico (en algún momento nos preguntamos si más que de México,
Teatro Línea de Sombra (TLS) no vendrá de Marte), pero en cualquier
caso estimulante y sincero.
La
obra se presenta como la historia de “Mantequilla” Nápoles,
boxeador mexicano que vivió un gran éxito en los años 60 y 70 y
que para mayor gloria apareció en el relato de Cortázar La
noche de Mantequilla.
Pero lo cierto es que el espectador de Baños Roma, nombre del
gimnasio que Mantequilla regentó hasta que su decadencia (del local
y del boxeador) se hizo irreversible, poco sabrá de este personaje
al finalizar la función. Hay algunas referencias a su enfermedad,
alguna recreación personal, pero no se trata de retratar su carrera,
no es una de esas películas de boxeadores con auge y caída.
En
realidad, y así lo admiten sus creadores, Baños Roma es una obra
sobre Ciudad Juárez, tristemente famosa, como se suele decir, por la
desaparición de mujeres y una violencia que en la representación se
califica sin tapujos como guerra. Una guerra con motivos ocultos en
la que sus participantes no sabes para quién trabajan y que dará
forma a una nueva ciudad. Los TLS podrían haber caído en la
tentación de convertir a Mantequilla en una metáfora de Ciudad
Juárez, un espejo de sus momentos de esplendor y sus ruinas
actuales, pero por suerte evitan la comparación directa, nadie tiene
derecho a convertir la vida de un hombre en metáfora de nada.
Aunque
Jorge A. Vargas aparece como director y el texto está firmado por él
mismo junto a Gabriel Contreras y Eduardo Bernal, Baños Roma parece
una creación colectiva con una participación vital de sus “actores”
en su forma final (y ponemos actores entre comillas porque no lo son
exactamente, alguno de ellos incluso produce ternura en su
incapacidad, pero no lo decimos como demérito, no es ofrecer una
clase magistral de interpretación lo que se proponen). En realidad,
hay que ampliar mucho el concepto de géneros para considerar Baños
Roma como teatro: no hay una construcción dramática, solo algunas
recreaciones, y tampoco narración. Las escenas son más bien asaltos
de un combate de boxeo, la continuidad está dada por la ambientación
en lugar de por una historia, los elementos teatrales son un recurso
más que también incluye música, dibujos, fotografías,
proyecciones...
Esta
acumulación de materiales podría considerarse como un happening
(otro concepto bastante devaluado), pero la experimentación en este
caso de lugar a una mezcla entre documental y poesía (extraño
maridaje, cierto). Los “actores” relatan al espectador sus
experiencias durante la preparación del montaje, un montaje que
nunca llegaremos a ver (y no sería difícil ver aquí otro guiño a
Cortázar). También habrá esas típicas deposiciones en las que,
mirando a cámara, testigos o protagonistas aportan información,
sensaciones. Como esa larga (quizá demasiado) escena en la que queda
patente la transformación de Ciudad Juárez en una ciudad policial.
Por otra parte, el montaje está repleto de imágenes de un gran
poder lírico: la ciudad sobre la arena, las mujeres colgando de los sacos de boxeo, el baile con trágico final...
Es
inusual encontrar en una misma propuesta escénica intención
testimonial y trazo poético, teatro-denuncia, se podría decir, y
espectáculo para los sentidos, como una película dirigida al alimón
por Ken Loach y Peter Greenaway, un chocante cruce entre fondo y
forma de resultados sorprendentes. Antes de entrar al teatro no
sabíamos nada de lo que íbamos a ver. Cuando salimos, si nos
hubieran preguntado, tampoco habríamos sido capaces de explicar muy
bien de qué iba aquello. Pero sí que podíamos afirmar que había
merecido la pena.
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