lunes, 5 de enero de 2015

En un lugar del Quijote (Teatro Pavón)

Hay gente, lo sabemos, que solo disfruta con la decepción. Incluso cuando algo les gusta, se decepcionan porque no les haya decepcionado y solo así pueden estar satisfechos. A nosotros, sin embargo, las decepciones nos duelen. Y como en el teatro las decepciones son tan habituales, ya tenemos un escudo protector: no hacerse demasiadas ilusiones. Porque, además, si algo abunda en el teatro son los falsarios, los impostores: está en su naturaleza. No te puedes fiar del crítico más respetable (seguramente menos que de nadie), ni de los entusiastas, ni de los irónicos. Y sin embargo, hay veces en que la unanimidad es tal, lo que llega es tan seductor, que caes en la trampa.

Y lo lamentamos. Porque En un lugar del Quijote nos parece una buena obra, y sabemos que las loas que ha merecido son sinceras, pero a nosotros no nos ha entusiasmado. Y querríamos haber disfrutado, haber reído sin prejuicios y habernos dejado llevar por su deslumbrante ingenio. Pero la función, muy valorable en muchos aspectos, no nos encandiló, que era lo que esperábamos. Puede parecer que con El Quijote como punto de partida es difícil fracasar, pero todavía recordamos la versión que hizo nada menos que Fernando Fernán Gómez como una de las experiencias teatrales más tediosas que hemos sufrido. Así que, cierto, lo de Ron Lalá tiene mérito. Compactar las dos partes de El Quijote en un espectáculo de hora y media sin que quede apresurado ni tachonado es digno de elogio, y además sirve como excelente introducción para quien no conozca el libro. Pero.

Aunque la función no está estrictamente dirigida a niños, a veces da la sensación de que sea una recopilación de grandes éxitos de El Quijote, sin que haga falta ni tan siquiera haber leído la novela para conocerlo. Y eso está bien, si no lo has leído. También hay un intento de “recuperar el espíritu” de Cervantes, pero esa es una de esas expresiones manidas (como el “regreso a los orígenes”) que en realidad no quieren decir nada. Hace falta ser Andrés Trapiello para recuperar el espíritu de Cervantes, y por muy divertido que sea el empeño de Ron Lalá, lo que ofrecen es una versión personal y arbitraria. Que está bien, no lo negamos. Pero.

Seguramente es un problema nuestro, ya lo decíamos, por esperar lo que no es. Y la canción del final, que esta sí nos gustó mucho, lo dejaba bastante claro. Esto es lo que hay, y si quieres otra cosa cómprate el libro. A ver, nos podrían decir, tiene una escenas muy bellas estéticamente (como el episodio de Clavileño), una iluminación esplendorosa y juguetona, una habilidad para sacar partido a la escenografía espectacular en su variedad y llena de ideas felices, una música soberbia ejecutada con maestría, unos actores que lo dan todo, tiene alegría contagiosa, un público entregado. Todo esto es una maravilla. Ya, pero es que es El Quijote. Y somos nosotros.

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