Hay
gente, lo sabemos, que solo disfruta con la decepción. Incluso
cuando algo les gusta, se decepcionan porque no les haya decepcionado
y solo así pueden estar satisfechos. A nosotros, sin embargo, las
decepciones nos duelen. Y como en el teatro las decepciones son tan
habituales, ya tenemos un escudo protector: no hacerse demasiadas
ilusiones. Porque, además, si algo abunda en el teatro son los
falsarios, los impostores: está en su naturaleza. No te puedes fiar
del crítico más respetable (seguramente menos que de nadie), ni de
los entusiastas, ni de los irónicos. Y sin embargo, hay veces en que
la unanimidad es tal, lo que llega es tan seductor, que caes en la
trampa.
Y
lo lamentamos. Porque En un lugar del Quijote nos parece una buena
obra, y sabemos que las loas que ha merecido son sinceras, pero a
nosotros no nos ha entusiasmado. Y querríamos haber disfrutado,
haber reído sin prejuicios y habernos dejado llevar por su
deslumbrante ingenio. Pero la función, muy valorable en muchos
aspectos, no nos encandiló, que era lo que esperábamos. Puede
parecer que con El Quijote como punto de partida es difícil
fracasar, pero todavía recordamos la versión que hizo nada menos
que Fernando Fernán Gómez como una de las experiencias teatrales
más tediosas que hemos sufrido. Así que, cierto, lo de Ron Lalá
tiene mérito. Compactar las dos partes de El Quijote en un
espectáculo de hora y media sin que quede apresurado ni tachonado es
digno de elogio, y además sirve como excelente introducción para
quien no conozca el libro. Pero.
Aunque
la función no está estrictamente dirigida a niños, a veces da la
sensación de que sea una recopilación de grandes éxitos de El
Quijote, sin que haga falta ni tan siquiera haber leído la novela
para conocerlo. Y eso está bien, si no lo has leído. También hay
un intento de “recuperar el espíritu” de Cervantes, pero esa es
una de esas expresiones manidas (como el “regreso a los orígenes”)
que en realidad no quieren decir nada. Hace falta ser Andrés
Trapiello para recuperar el espíritu de Cervantes, y por muy
divertido que sea el empeño de Ron Lalá, lo que ofrecen es una
versión personal y arbitraria. Que está bien, no lo negamos. Pero.
Seguramente
es un problema nuestro, ya lo decíamos, por esperar lo que no es. Y
la canción del final, que esta sí nos gustó mucho, lo dejaba
bastante claro. Esto es lo que hay, y si quieres otra cosa cómprate
el libro. A ver, nos podrían decir, tiene una escenas muy bellas
estéticamente (como el episodio de Clavileño), una iluminación
esplendorosa y juguetona, una habilidad para sacar partido a la
escenografía espectacular en su variedad y llena de ideas felices,
una música soberbia ejecutada con maestría, unos actores que lo dan
todo, tiene alegría contagiosa, un público entregado. Todo esto es
una maravilla. Ya, pero es que es El Quijote. Y somos nosotros.
Bufff....
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