(Después
de un buen rato pensando, escribiendo y, sobre todo, borrando y
corrigiendo, nos había quedado un largo párrafo en el que salían a
relucir cosas como la hermenéutica y seres como Wittgenstein (en
algún momento incluso tenía una intervención estelar Joyce. ¿Por
qué? Ni idea). Todo con tal de tratar de evitar la cuestión. Pero
no hay manera. Vamos).
Y
es que es complicado hablar de una obra que, como Adentro, trata
precisamente sobre lo que no se puede decir. Pero mucho más difícil
es hacer la obra y Carolina Román y Tristán Ulloa han conseguido
labrar una joya dura y preciosa. Así que lo intentaremos.
Nos
presentamos en el teatro todavía con el buen sabor de boca que nos
dejó En construcción, una de esas obras que pese a nuestra mala
memoria (el título a veces se nos escapa) son tan fascinantes que
permanecen a lo largo del tiempo junto a nosotros. Y como somos tan
convencionales, esperamos algo parecido. Pues no. Y queda claro desde
el principio. Adentro no tiene absolutamente nada que ver En
construcción, y si no lo supiéramos y no estuvieran allí Carolina
Román y Nelson Dante para atestiguarlo, jamás habríamos pensado
que se trataba de los mismos creadores. Pero solo somos
convencionales, no ultramontanos, así que contentos: con la primera
escena ya vemos que es diferente, pero muy apetecible. Araceli
Dvoskin llena la escena con gracia y en cuanto se asoma Román vemos
que hay buen entendimiento y los diálogos fluyen con naturalidad. Ya
entonces pensamos: qué fácil es hacer teatro y qué difícil es
hacer buen teatro, y sin que se note. Y no sabemos lo que nos espera.
Entonces
aparece Nelson Dante, sí, ese tío a quien en En construcción nos
habría gustado llevarnos a casa, y que aquí nos hace buscar las
salidas de emergencia. Sin necesidad de abrir la boca ya causa pavor;
es lo que se suele calificar como una presencia amenazante. Hay un
detalle que nos extraña: un pájaro enjaulado. Pero ¿será posible?
El símbolo más gastado que se pueda imaginar ¿aquí? Claro, no era
tan obvio. Pero no podamos explicarlo. Como tampoco lo que va a
suceder en esta misma escena, solo que es muy turbio, muy esto parece
normal pero sabemos que de fondo está pasando algo que no nos deja
tranquilos. Entonces la rabia.
Aquí
ya estamos totalmente descolocados. Por deformación (no profesional,
en todo caso cultural) intentamos agarrarnos a los referentes, pero
no encontramos tierra firme. Pensamos en Pinter, pero seguramente más
por el influjo del último trabajo de Ulloa que porque su huella sea
real. También en Tolcachir, pero a lo mejor es una cuestión de
acentos. A ver qué pasa ahora.
Y,
hablando de acentos. Será otra deformación, pero qué capacidad
tienen los actores argentinos para que te olvides de que están
trabajando. En la escena en la que aparece Noelia Noto es como si la
representación hubiera terminado y entráramos en los camerinos. De
nuevo Roman demuestra tener un talento especial para construir
diálogos naturalistas, de una inmediatez que parece casi
improvisada, aunque los aciertos constantes hacen imposible pensar
que algo así no lleve detrás una ingente elaboración.
A
estas alturas, todavía no sabemos si es una comedia o un drama. Pero
pronto descubriremos que en realidad se trata de una tragedia
(griega, claro). Solo que de proporciones reducidas, casi de salón.
Y no solo porque el ambiente en el que se desarrolla es una casa
humilde (fantástica escenografía de Alexandra Alonso-Santocildes,
que construye un hogar tan acogedor y reconocible como sembrado de
secretos) y con unos personajes de apariencia indistinguible respecto
a cualquier persona que te puedas encontrar a la vuelta de la
esquina. Sino porque, y aquí está lo más novedoso y el gran punto
a favor de Adentro, todo está contenido, sin subrayados, como una
bomba a punto de explotar debajo de la mesa, pero que los convidados,
muy conscientes de su presencia, prefieren ignorar.
En
perfecta armonía con este sentido del pudor, la dirección de
Tristan Ulloa es relajada, como un contrapunto distanciado y casi
costumbrista en el que parapetarse frente a las esquirlas de la
tragedia. Es difícil dar continuidad a una obra que bascula entre la
comedia más afinada y momentos de una oscuridad que afecta de manera
física al espectador. De hecho, en la primera parte las escenas
parecen independientes, casi pertenecientes a universos diferentes. Y
sin embargo Ulloa logra dar unidad y sentido a este mundo en el que
tan pronto nos sentimos como en casa como nos parece un infierno del
que sus personajes no pueden escapar. Aunque quizá ambos universos
no están tan alejados.
Como
ya hemos ido apuntando, los actores se adueñan de sus complejos
papeles sin que en ningún momento se perciba el esfuerzo ni la
construcción de caracteres. No se sabe muy bien si la Marga de
Araceli Dvoskin ha perdido la cabeza y no se entera de nada, o si
sabe demasiadas cosas y justo por eso prefiere hacer como si no
comprendiera lo que está pasando. Dvoskin puede desplegar una
simpatía irresistible para al momento mostrarse como implacable,
combinar la fragilidad más tierna con una firmeza autoritaria.
Carolina Román también se mueve en la ambigüedad, entre el encanto
y la conformidad ante la vida que le ha tocado, y la rebeldía
repentina de quien necesita sacar afuera toda su decisión para no
verse consumida por su drama personal. Nelson Dante, quien como
dijimos es capaz de helar corazones con una mirada, también da a su
Negro un todavía más perturbador toque de dulzura, como si pudiera
conquistar a quien quisiera sin necesidad de avasallar con su lado
más tétrico. Noelia Noto parece una ingenua y simpática amiga que
pasa por allí, pero no tarda en darse cuenta del malsano ambiente en
el que se está viendo involucrada, y tendrá la energía suficiente
para tomar sus propias decisiones.
Ya
el título de Adentro da una pista clara de la tonalidad elegida por
Roman, pero una cosa es proponérselo y otra llevarlo a la práctica.
Lo que sucede en la obra (y lo que ha sucedido antes) apenas se
sugiere, se intuye sin que en ningún momento se haga explícito. De
la misma manera, las actuaciones tienen que ser hacia el interior,
reprimiendo la expansividad y tratando que el público comprenda esta
acumulación de horror y piedad que no llega a ser manifestado. La
mezcla de sentimientos, la paralizante conjunción de miedo y amor
pueden provocar el rechazo, la incomprensión. Pero lo que el público
siente con Adentro es que esta contención redobla el efecto
catárquico. La bomba no llega a estallar y la función no termina
con una explosión, sino con un lamento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario