lunes, 21 de mayo de 2012

El inspector (Teatro Valle-Inclán)


Dado que parece una verdad universalmente reconocida que Miguel del Arco es lo más, quizá deberíamos dedicar esta entrada a analizar qué hay de malo en nosotros para que no le encontremos el punto. Pero sería poco interesante y autoindulgente (¿dónde hemos visto esas características últimamente?). No, intentaremos centrarnos en la obra sin caer en el sarcasmo al que nos vimos arrastrados al hablar de Veraneantes.

Lo primero que nos molesta ligeramente (si la obra nos hubiera gustado, lo reconocemos, ni tan siquiera lo citaríamos) es que se haya elegido El inspector para contar una historia en la que el argumento de Gógol queda tan difuminado que se podría haber elegido cualquiera de las otras 40.000 obras con una idea parecida, o simplemente haber hecho una historia original. Pero claro, entonces no sería Gógol.

Luego enseguida empieza a incordiarnos lo mismo que nos atormentó en Veraneantes: ¿pero cómo se puede ser tan obvio? No recordamos dónde hemos leído recientemente que “los sociólogos sirven para explicar aquello que todo el mundo ya sabe”. Pues bien, la obra de Del Arco se empeña en recordarnos lo que estamos hartos de ver. Cierto que la realidad actual da para hacer una farsa casi sola... pero solo casi. Si no se da una vuelta, si no se aplica algo de ingenio, lo que queda es un cansino guiño tipo “¿entendéis lo que estoy diciendo, no?, ¿sabéis a quién me refiero, verdad?”. Es parecido a lo de Españistán: todo eso ya lo sabíamos. Ahora, ¿qué tienes que decirme tú.

Por si fuera poco, los subrayados esta vez son todavía más evidentes. ¡Hay hasta música! Sí, cuando alguien dice algo ridículo, suena una flauta alicaída. Una gran idea es acogida con un redoble. Las escenas románticas tienen violines. Ah, que eso es metateatral, burla de las convenciones. Qué divertido. Y otra, los apartes anunciados por un timbre y un foco sobre el actor. Qué audacia. Solo falta que se lleve el espíritu brechtiano al extremo y que aparecieran grandes cartelones advirtiendo a los espectadores más despistados: AHORA ESTAMOS HABLANDO DE VALENCIA. ESTO ES POR LO DE EUROVEGAS.

Llega el final... y sí, se atreven a hacerlo. Ponen algunos eslóganes del 15-M. Para que se vea de qué lado estamos, por si alguien no se había percatado. Ah, y por lo de Brecht, suponemos, también hay canciones. Un montón. Porque esta es la historia más antigua, pero nosotros somo modernos...

Vaya, al final nos hemos puesto sarcásticos sin querer. Quizá es que somos unos envidiosos y como gran parte del público parecía estar pasándoselo fenomenal mientras nosotros solo éramos capaces de sonreír de vez en cuando poniendo mucho de nuestra parte, estamos resentidos. Pero también tenemos algunas cosas buenas que decir.

Fundamentalmente, se trata de los actores. Casi todo el reparto está muy bien en casi todos sus papeles. Gonzalo de Castro asume a la perfección su caricaturesco personaje (aquí hay discusión sobre a quién retrata, será una mezcla) y le da la seriedad que merece. Pilar Castro está estupenda como su mujer con delirios de grandeza y Macarena Sanz la acompaña con gracia. También destacan Juan Antonio Lumbreras cuando es el imparable inspector, y sobre todo Ángel Ruiz, prodigioso en su encarnación de cantante de provincias tipo triunfito.


La escenografía de Eduardo Moreno es muy notable y el ritmo de los gags es, casi siempre, muy atinado. Ahora que lo pensamos, quizá lo que le vendría bien a del Arco fuera alguien que le ayudara a limar la escritura para que no cayera tan a menudo en los golpes de efecto y los trucos fáciles de identificación y sobreentendidos. Pero parece que a la mayoría le convence tal como es, y la mayoría siempre tiene razón, ¿no?

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