lunes, 14 de mayo de 2012

El maestro y Margarita (Teatros del Canal)


La noticia de una puesta en escena de El maestro y Margarita nos causó a la vez excitación y temor. Se trata de una de nuestras novelas preferidas de la que siempre hemos pensado que se podría sacar una estimulante versión escénica, por lo que la perspectiva de verla en un buen montaje de la compañía Complicite nos hizo salivar de inmediato. Pero por otra parte, la empresa es de tal empeño que lo fácil sería que se desmoronara y diera lugar a un desastre. Por suerte, el resultado es una obra maestra absoluta.

En la primera escena ya aparecen concentrados todos los elementos que se van a desarrollar en las siguientes tres horas de función. Hay confusión, ruido y apresuramiento. Enseguida las cosas se calman... pero no demasiado. Para poder hacer una adaptación medianamente completa del libro sería necesario un montaje de seis horas o hacerlo al ritmo que impone Simon McBurney. Esto podría haber derivado en un caos ininteligible: las escenas se siguen sin transición, los personajes se solapan, los diferentes hilos narrativos conviven al mismo tiempo. Y sin embargo en ningún momento se pierde la coherencia.

De alguna manera McBurney logra salir vencedor de cada embate con soluciones a cuál más imaginativa. Las ideas de puesta en escena son brillantes no solo en su aspecto formal (en el que Es Devlin logra algunas imágenes de una belleza inolvidable), sino también en su sentido más profundo. Pese a la prolijidad de propuestas, todo parece fluir de manera natural, tanto narrativa como estéticamente. Así, la iluminación de Paul Anderson consigue que unas sencillas líneas de luz marquen los espacios con una claridad absoluta. Además, el trabajo con el vídeo (al que por otra parte nunca hemos sido muy aficionados) de Finn Ross y Luke Hass se resuelve de una manera extraordinariamente creativa y ajustada al tono general del montaje.

Si la primera parte de la función es espectacular, la segunda es todavía mejor. La pesadilla se convierte en una locura desasosegante y a la vez fascinante de la que es imposible apartar los ojos, a riesgo de perder la cordura. El punto culminante se produce en la escena en la que Margarita se tira por la ventana, fantásticamente lograda, y a partir de ahí se entra en un torbellino de acción que no habrá manera de detener. En el último tramo se suceden varios falsos finales que quizá impiden una explosión de emoción más concentrada, pero el espectador ya está cautivado de tal manera que no importaría que el espectáculo hubiera continuado indefinidamente.

Como siempre pasa con las compañías británicas, el trabajo de los actores es prodigioso. Paul Rhys tiene un doble papel que parece imposible haber sido asumido por el mismo actor: sería difícil decidir en cuál de los dos está mejor. Sinéad Matthews incorpora una Margarita apasionada, hiperactiva, capaz de cualquier cosa. Por su parte, César Sarachu también está perfecto en cada uno de los personajes que interpreta. Como Cristo, además de dar el tipo más clásico, muestra vulnerabilidad y sabiduría. Como demonio, provoca temor y temblor.

De momento hemos visto tres obras de este Festival de Otoño que han estado entre el notable y la matrícula de honor. Seguramente más adelante sufriremos de comparaciones y nostalgias, pero de momento solo podemos congratularnos por haber podido disfrutar de unas experiencias de tanta y tan diversa calidad teatral. 

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