jueves, 7 de marzo de 2013
Sobre el teatro: artículos y cartas, de Antón P. Chéjov
Como dice Lluis Pasqual en su cariñoso prólogo, Sobre el teatro puede ser leído con interés tanto por “gentes de la escena” como por admiradores de la obra de Chéjov e incluso por simples curiosos. Los primeros encontraran en el libro numerosas pistas sobre cómo abordar un montaje con seriedad y una atención por el detalle que nos tememos no se lleva a cabo tan a menudo como sería aconsejable. Los lectores de Chéjov disfrutarán una vez más de su talento literario y le verán en su vertiente más juguetona y desinhibida. Mientras que los que hayan llegado un poco por casualidad, podrán entretenerse con algunas historias casi vodevilescas y conocerán un mundo fascinante vivido desde dentro pero visto con la sagacidad de un genio. Obviamente, la mejor opción es combinar las tres perspectivas.
Sin embargo, una de las cosas que el lector no encontrará en esta selección de artículos y cartas es una biografía del propio Chéjov. Sí, conoceremos su entusiasmo y decepción por el teatro, nos serán presentados algunas de las personas más importantes en su vida, pero en pocos momentos llegaremos a atisbar al ser humano que hay detrás de las cartas. Centrado en su obra, apenas alguna nota que parece casi escapársele nos indicará algo sobre su vida. Sin duda hay biografías que se ocupan de este terreno, pero nos quedamos algo frustrados al no saber por su propia mano algo más sobre su esplendorosa y desdichada vida.
Algo que nos ha sorprendido ha sido la causticidad de un jovencísimo Chéjov en sus labores de crítico teatral y cronista social. Una obra puede ser muy buena, pero “carajo qué frío hacía en la sala”. Los actores eran irregulares, pero destaca alguno que “hasta se había aprendido el papel”. Sarah Bernhardt arroya por donde pasa, si tan solo fuera mejor actriz...
En las cartas abundan los equívocos, las traiciones y los malentendidos. La escena teatral rusa que describe, vista ahora como una edad de oro, para él estaba inundada de mediocridad: todos los actores extranjeros eran mejores de los rusos; cualquier país era mejor para un dramaturgo que Rusia, “hasta España”, llega a decir literalmente para no dejar dudas.
Pero también vemos al autor que pese a sus continuos reniegos, siempre acaba volviendo al teatro, hasta su último aliento. Los editores le engañan, los directores echan a perder sus creaciones, los actores siempre están mal elegidos, el público le desdeña y los críticos le odian. Incluso sus amigos hablan mal de él a sus espaldas. Sin embargo, es el mayor dramaturgo de Rusia, por no decir del mundo. Y Chéjov lleva esa responsabilidad hasta las últimas consecuencias.
En la edición de Libros del Silencio ha fallado el proceso de corrección (algo ya tan común en la edición española que casi ni llama la atención), que ha dejado libres multitud de erratas, algunas bien llamativas. Pero todo lo demás es encomiable: nos ha proporcionado una selección de las cartas de Chéjov por primera vez en castellano y tiene una magnifica traducción de Raquel Marqués, que además ha ejercido una estupenda labor de edición con notas siempre pertinentes y aclaratorias, y a la que parece habérsele pegado algo del vitriolo chejoviano cuando, por ejemplo, define a Stanislavski así:
“No solo entendió mal las obras de Chéjov (…), sino que también las de otros autores, pues tenía en general poca sensibilidad hacia la complejidad literaria. Sin embargo, su fama es tanta que sus errores pasan por verdades indiscutibles”.
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