lunes, 27 de octubre de 2014

Gasoline Bill (Teatro Valle-Inclán)

Vamos a intentar no usar palabras gruesas... Pero es difícil, y eso que ya han pasado unas cuantas horas, pero nos sentimos... ni tan siquiera podemos hacer comparaciones que eleven la categoría, aunque sea por comparación indeseada, de esta cosa titulada Gasoline Bill. De momento nos limitaremos a reproducir las expresiones de un espectador mientras se dirigía a la salida durante los aplausos (¡porque los hubo!): “¡Vaya mierda!, ¡vaya mierda!”. Y, tras dar unos pasos más, añadió: “¡Vaya mierda!”.

A lo largo de... la cosa, miríadas de personas habían ido abandonando la sala en una proporción jamás vista, y muchos más nos quedamos entre aturdidos y curiosos por saber hasta dónde podía llegar el despropósito. Para decirlo todo, también es verdad que algún sector del público se reía con ganas, pero si la cosa era ya de por sí incomprensible, esta hilaridad se nos escapa por completo. Porque podemos comprender que a nosotros no nos haga gracia un gag que otros encuentren divertidísmo, pero no que hubiera gente que se riera de situaciones que, las miraras por donde las miraras, no tenían la menor gracia. A lo mejor era un simple caso de histeria colectiva.

Muchas movimientos “artísticos” del siglo XX se definieron precisamente por odiar el arte y buscar su destrucción, y lo que ha quedado ya lo sabemos todos. Al parecer esta gente lo que pretende es destruir el teatro, y bien que se acercan a su propósito: después de ver esta cosa, pocas ganas quedan de volver a pisar una sala en la vida. Ni tan siquiera los detractores más acérrimos del teatro podrían pensar que tamaña porquería fuera posible. Algo así solo puede salir de la mente de alguien que odia el teatro y a los espectadores con una furia psicópata. Parafraseando a Ser o no ser, esta gente hace con el teatro lo mismo que Hitler hizo a Polonia.

Ya desde el principio, cuando los actores se bajan del escenario y es imposible verlos, con lo que la función del espectador se limita a leer los sobretítulos, sabemos que nos caen mal. Y luego todo va a peor, es una mala cosa (no podemos decir que sea mal teatro), con malas intenciones y destructiva. Ni tan siquiera el innombrable en sus peores momentos ha llevado las cosas tan lejos. Porque si la mayor parte del tiempo lo que dicen son chorradas grandilocuentes y sin sentido, gracietas de parvulario mezcladas con grandes temas para darse tono, cuando se ponen a hablar de teatro es indignante. Uno, dos, tres... nada de palabras gruesas. ¿Que el espectador se pone a pensar en dónde ha perdido la pluma? Pero por supuesto, *** ***, pero porque lo que estás haciendo es una *** ***.


Si esto fuera política, se exigirían responsabilidades. Dimisiones y destituciones. Pero como el teatro es algo serio, lo que pedimos es ejecuciones sumarias. Que se encargue una obra y salga rana, pues qué le vamos a hacer, pero que haya una persona o un equipo dedicados a buscar obras por “el mundo” para que después nos traigan esta bazofia sin la menor categoría artística no tiene justificación. Cada ciclo de “Una mirada al mundo” tiene sus altibajos, pero lo de este año está siendo catastrófico. Incluso si dejamos aparte nuestras manías personales, Gasoline Bill ha sido la gota que colma el vaso. Y esperemos que no quede sin consecuencias. 

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