Vamos
a intentar no usar palabras gruesas... Pero es difícil, y eso que ya
han pasado unas cuantas horas, pero nos sentimos... ni tan siquiera
podemos hacer comparaciones que eleven la categoría, aunque sea por
comparación indeseada, de esta cosa titulada Gasoline Bill. De
momento nos limitaremos a reproducir las expresiones de un espectador
mientras se dirigía a la salida durante los aplausos (¡porque los
hubo!): “¡Vaya mierda!, ¡vaya mierda!”. Y, tras dar unos pasos
más, añadió: “¡Vaya mierda!”.
A
lo largo de... la cosa, miríadas de personas habían ido abandonando
la sala en una proporción jamás vista, y muchos más nos quedamos
entre aturdidos y curiosos por saber hasta dónde podía llegar el
despropósito. Para decirlo todo, también es verdad que algún
sector del público se reía con ganas, pero si la cosa era ya de por
sí incomprensible, esta hilaridad se nos escapa por completo. Porque
podemos comprender que a nosotros no nos haga gracia un gag que otros
encuentren divertidísmo, pero no que hubiera gente que se riera de
situaciones que, las miraras por donde las miraras, no tenían la
menor gracia. A lo mejor era un simple caso de histeria colectiva.
Muchas
movimientos “artísticos” del siglo XX se definieron precisamente
por odiar el arte y buscar su destrucción, y lo que ha quedado ya lo
sabemos todos. Al parecer esta gente lo que pretende es destruir el
teatro, y bien que se acercan a su propósito: después de ver esta
cosa, pocas ganas quedan de volver a pisar una sala en la vida. Ni
tan siquiera los detractores más acérrimos del teatro podrían
pensar que tamaña porquería fuera posible. Algo así solo puede
salir de la mente de alguien que odia el teatro y a los espectadores
con una furia psicópata. Parafraseando a Ser
o no ser,
esta gente hace con el teatro lo mismo que Hitler hizo a Polonia.
Ya
desde el principio, cuando los actores se bajan del escenario y es
imposible verlos, con lo que la función del espectador se limita a
leer los sobretítulos, sabemos que nos caen mal. Y luego todo va a
peor, es una mala cosa (no podemos decir que sea mal teatro), con
malas intenciones y destructiva. Ni tan siquiera el innombrable en
sus peores momentos ha llevado las cosas tan lejos. Porque si la
mayor parte del tiempo lo que dicen son chorradas grandilocuentes y
sin sentido, gracietas de parvulario mezcladas con grandes temas para
darse tono, cuando se ponen a hablar de teatro es indignante. Uno,
dos, tres... nada de palabras gruesas. ¿Que el espectador se pone a
pensar en dónde ha perdido la pluma? Pero por supuesto, *** ***,
pero porque lo que estás haciendo es una *** ***.
Si
esto fuera política, se exigirían responsabilidades. Dimisiones y
destituciones. Pero como el teatro es algo serio, lo que pedimos es
ejecuciones sumarias. Que se encargue una obra y salga rana, pues qué
le vamos a hacer, pero que haya una persona o un equipo dedicados a
buscar obras por “el mundo” para que después nos traigan esta
bazofia sin la menor categoría artística no tiene justificación.
Cada ciclo de “Una mirada al mundo” tiene sus altibajos, pero lo
de este año está siendo catastrófico. Incluso si dejamos aparte
nuestras manías personales, Gasoline Bill ha sido la gota que colma
el vaso. Y esperemos que no quede sin consecuencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario