lunes, 4 de mayo de 2015

La hermosa Jarifa (Teatro Pavón)

Decir de una obra de arte que es “muy bonita” se considera algo así como el grado cero de la consideración crítica, indigna de una persona mayor de seis años. Sin embargo apostaríamos a que el comentario más repetido a la salida del Pavón, después de ver La hermosa Jarifa, ha sido precisamente “qué bonita”. Y es que es realmente preciosa. Aunque no nos referimos tanto a la historia en sí, uno de esos relatos de moros buenos y enamorados que parece más propio de una visión romanticista del siglo XIX que del XVI, sino al espectáculo, “un placer para los sentidos” como diría otro de esos tópicos de los que se debe huir.

Tenemos que admitir que no somos particularmente admiradores de este tipo de teatro esteticista que apuesta por el despliegue escénico en perjuicio de la esencia teatral, pero como no hay que aferrarse a los dogmas, sino tomarse cada montaje con inocencia virginal, también confesamos que disfrutamos de La hermosa Jarifa con embeleso y fascinación. Y bien que lo necesitábamos. Es cierto que la construcción dramática es débil (hay más de narración que de representación), pero en este caso tampoco importa demasiado, lo relevante es lo que la obra transmite más allá de las palabras.

Despista mucho que justo al principio fallen algunos de los puntos más fuertes de la representación. Así, el vestuario de los soldados cristianos en un poco Águila Roja (sí, parecen ninjas), pero luego comprobaremos que los diseños de Gabriela Salaberri son deslumbrantes, a veces en su fastuosidad y otras en su sencillez. También la iluminación de esa primera escena es un poco fallida, como si pretendiera ser tenebrosa y solo consiguiera ser difusa. Sin embargo, a partir de entonces el trabajo de Juanjo Llorens es sobresaliente, muy creativo en cada escena y con algunos logros realmente admirables, como cuando los personajes se muestran en el fondo como si se tratara de apariciones incorpóreas.

Pero estos son solo algunos de los valores de la función. Borja Rodríguez ha querido construir una obra de teatro total, y para ello ha pensado que lo mejor es no ceñirse al teatro convencional y más restrictivo, sino que ha incluido danza, música, canto, marionetas, sombras chinescas... Todo esto podría parecer una acumulación excesiva, pero en la práctica está dosificado con precisión, para que no produzca un efecto abrumador, sino que cada nueva aportación es recibida con sorpresa y a la vez con naturalidad, sin que llegue a agotar.

Si en la puesta en escena Rodríguez se muestra seguro de sí mismo y capaz de exprimir cada situación, en la escritura no se desenvuelve con tanta soltura. Con la novela atribuida a Antonio de Villegas aderezada por otras aportaciones de aquí y de allá es capaz de construir una historia clara y sencilla, pero por momentos parece consciente de que le falta algo de fuerza y en la parte final da un giro demasiado brusco al drama con la introducción de unos personajes cómicos que nos parecieron totalmente fuera de contexto, aunque debemos decir que la mayoría del público pareció recibir bien sus aportaciones.


En el apartado de las actuaciones, una función como La hermosa Jarifa reclama más una poderosa presencia física que más sutiles condiciones dramáticas, y tanto Daniel Holguín como Sara Rivero aportan apostura, contundencia y claridad de tono. Por su parte, Fernando Huesca da apariencia de autoridad y generosidad, mientras que Antonio Gil y Carles Cuevas, como apuntábamos, convencen al público en su explícita comicidad. Las canciones de Inés León también fueron muy bien acogidas y el Grupo Vandalus está exquisito en su continuo acompañamiento musical. Al final de la representación el público festejó a todos con sinceros aplausos y aclamaciones generales. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario